Domingo, 1 de Marzo de 1998
Iniciamos el camino en un punto intermedio de los 32 km
disponibles de esta singular ruta: Manolo y Pablo Carballido, Alejandro Bayón y
Antonio Gil, además de Esther y Pepe Rodríguez.
Lo primero que hacemos al
llegar a la estación de Coripe es adentrarnos en un túnel de cerca de 1 km de
longitud dónde no se veía ni por asomo la luz del final del mismo. Falló la
linterna que llevaba Antonio Gil para estos casos y tuvimos que correr delante
de los focos de un coche, que en la lejanía seguía nuestros pasos.
Fue la
primera sorpresa desagradable del día, porque pensábamos justificadamente que
aquello estaba concebido para las personas y no para los vehículos. Nos
obstante pronto se nos pasó el disgusto porque el paisaje que comenzábamos a
disfrutar bien merecía el viaje.
El camino era cómo al estar asentado por una
vía de tren, que nunca llegó a funcionar en su totalidad; transcurría a media
ladera, encontrándonos abajo con un sinuoso río con abundante arboleda.
Atravesamos un par de túneles más cortos que el anterior y
con un sistema de iluminación mediante sensores de apagado-encendido. Toda una
modernidad que contracta con la poca vigilancia y el poco respeto con la vía
verde. Llegamos hasta un cruce de caminos con aparcamientos para bicicletas y mapas
aclaratorios de la situación en la que uno se encuentra.
A la hora de comer bajamos a la orilla del río y andurreamos
un poco ribera arriba para entretenernos con la diversidad de huellas que los
animales se encargan de diseminar por la arena y el barro. Las aves, como de
costumbre, nos permiten experimentar con los prismáticos y no paran de
ofrecernos posibilidades de observación.
Al llegar de vuelta al túnel del kilómetro vemos un sendero
señalizado para pasos de caballos, el cual decidimos seguir para salvar la
montaña, aunque lo que conseguimos es llegar a un callejón sin salida, en forma
de vegetación insalvable, que nos obliga a regresar sobre nuestros pasos y
volver a atravesar el larguísimo túnel a oscuras.
Al final otra vez el río Guadalporcún visto desde lo alto
del puente, y la presencia de buitres leonados que nos da pie para descubrir el
Peñón de Zaframagón; los algarrobos y los palmitos ponen la nota arbustiva
dominante.
En definitiva una jornada soleada, que nos hace descubrir un
excelente lugar para utilizar la bicicleta, y por desgracia una vez más el
abandono de los organismos implicados, que permiten de forma casi escandalosa
la presencia de vehículos a motor por el trayecto.