Juan se levanta bien temprano todos los días, porque sabe que en eso radica el éxito de su empresa. Se pone los pantalones de pana, la chaqueta negra y la gorra a cuadros y se va directamente al tajo antes que se haga tarde y se le escape la clientela. La gracia de aquella calle es hacer entrar los coches a contramano, porque a nadie se le ocurriría buscar aparcamiento metiéndose de esa manera; pero él se abrocha la chaquetilla, enarbola el bastón y comienza a marcarse pases de pecho como si estuviera en La Maestranza. Corre delante del coche hasta llevarlo al sitio reservado, retira el garrafón de plástico que le marca el espacio y alarga la mano en espera de la voluntad. Si alguien deja un hueco, allí coloca el garrafón y se va al final de la calle tratando de convencer a los automovilistas para que entren en su espacio, que allí manda él y de nada sirve esa señal roja con mancha blanca. Ese es otro mundo y éste de aquí, es el suyo.
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lunes, 21 de julio de 2014
Aquí hay sitio
401 Las vacaciones siempre dan más trabajo del habitual, eso me decía Alba y qué razón tenía, así unos fresquitos en la playa y otros sudando la gota gorda. Menos mal que ahí están Rafael Indi, Antonia María, J. Valle y María para hacerme más llevadera la tarea. A ellos y a todo el que se precie en leerlo, va dedicado este micro:
Juan se levanta bien temprano todos los días, porque sabe que en eso radica el éxito de su empresa. Se pone los pantalones de pana, la chaqueta negra y la gorra a cuadros y se va directamente al tajo antes que se haga tarde y se le escape la clientela. La gracia de aquella calle es hacer entrar los coches a contramano, porque a nadie se le ocurriría buscar aparcamiento metiéndose de esa manera; pero él se abrocha la chaquetilla, enarbola el bastón y comienza a marcarse pases de pecho como si estuviera en La Maestranza. Corre delante del coche hasta llevarlo al sitio reservado, retira el garrafón de plástico que le marca el espacio y alarga la mano en espera de la voluntad. Si alguien deja un hueco, allí coloca el garrafón y se va al final de la calle tratando de convencer a los automovilistas para que entren en su espacio, que allí manda él y de nada sirve esa señal roja con mancha blanca. Ese es otro mundo y éste de aquí, es el suyo.
Juan se levanta bien temprano todos los días, porque sabe que en eso radica el éxito de su empresa. Se pone los pantalones de pana, la chaqueta negra y la gorra a cuadros y se va directamente al tajo antes que se haga tarde y se le escape la clientela. La gracia de aquella calle es hacer entrar los coches a contramano, porque a nadie se le ocurriría buscar aparcamiento metiéndose de esa manera; pero él se abrocha la chaquetilla, enarbola el bastón y comienza a marcarse pases de pecho como si estuviera en La Maestranza. Corre delante del coche hasta llevarlo al sitio reservado, retira el garrafón de plástico que le marca el espacio y alarga la mano en espera de la voluntad. Si alguien deja un hueco, allí coloca el garrafón y se va al final de la calle tratando de convencer a los automovilistas para que entren en su espacio, que allí manda él y de nada sirve esa señal roja con mancha blanca. Ese es otro mundo y éste de aquí, es el suyo.
lunes, 14 de julio de 2014
Descripción
400 ¡Aleluya, Gon! Llegamos a las cuatrocientas, su trabajito ha costado, Alba, y el jefe que ni se entera, en fin, nosotros a lo nuestro, hoy te voy a dejar un soneto…
Encorvado. Ancho sombrero de paja,
tez morena y resquebrajada; aroma
a tomillo y sol; caderas de goma.
Ciñendo la cintura negra faja.
Pan con tocino y gajo de naranja,
robustecen los músculos. Asoma
en el piporro virginal paloma,
sacia sus labios; por el pecho baja
rápida y vivificante. Esgrimiendo
segur con dientes afilados, corta,
amarra, canta, sigue maldiciendo
la amarga hora. Con su mirar exhorta
a ese Dios del que le hablan; y razona:
¡Almacén de oro! ¡Gran miseria aporta!
Encorvado. Ancho sombrero de paja,
tez morena y resquebrajada; aroma
a tomillo y sol; caderas de goma.
Ciñendo la cintura negra faja.
Pan con tocino y gajo de naranja,
robustecen los músculos. Asoma
en el piporro virginal paloma,
sacia sus labios; por el pecho baja
rápida y vivificante. Esgrimiendo
segur con dientes afilados, corta,
amarra, canta, sigue maldiciendo
la amarga hora. Con su mirar exhorta
a ese Dios del que le hablan; y razona:
¡Almacén de oro! ¡Gran miseria aporta!
lunes, 7 de julio de 2014
Mina de Saô Domingo
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