Así comienza este relato que se encuentra en el libro "Bajo la luz de mi plaza / Otoño-Invierno"
Como niños vivimos en un mundo de imaginación y de fantasía, y para algunos ese mundo continúa en la vida adulta.
Jim Henson
Existe una tendencia generalizada a confundir a los aviones con las golondrinas —decía el profesor—, cuando si nos fijamos bien no puede haber confusión. Veis ese grupo de nidos debajo del pretil, del que entran y salen pájaros, “los vemos, los vemos —repetían los niños.” “¿a qué se les nota el blanco que resalta sobre el negro, cerca de la cola? ¿lo veis?”, “lo vemos, lo vemos”, “ea, pues ya tenemos dos notas más que suficientes para que en el futuro nos los confundáis más. Esas características que os he señalado no se dan en la golondrina, ya que éstas son más esquivas, hacen sus nidos a cubierto, no en la calle y además sus tonos son más azulados, nunca destaca el blanco como en el caso que estamos presenciando ¿lo veis?”, “lo vemos, lo vemos”.
—¡Don Hilario!
—Dime Juanito.
—Yo veo también unos hombres muy grandes debajo de los nidos.
El niño señaló la pared amarilla de aquel solar abandonado.
—¿Hombres muy grandes, Juanito?
—Sí, Don Hilario, si usted se fija bien, cuando pasan los aviones que parecen golondrinas…
—¡Ja, ja, ja!
—¡Silencio!
Juanito Hidalgo, son su dedo, le marcó el contorno de una figura humana reflejada sobre el amarillo, que se desplazaba de un lado a otro y parecía coger son sus manos a los aviones en vuelo. El resto de compañeros, absortos, cesaron en sus risas y tomaron posiciones más idóneas para ver el trasiego de aquella imagen en negro que saltaba, brincaba y parecía atrapar con sus manos a los pájaros en vuelo. A veces rodeaba con la palma el contorno de los nidos y esperaba la llegada del alguno de ellos para que se posasen en la improvisada pista de aterrizaje que les preparaba. Las pequeñas cabezas asomaban sus enormes boqueras y se les oía chirriar en demanda de su parte de ración alimenticia. Cuando el padre o la madre abandonaban el nido, la figura simulaba con sus manos el vuelo de un ave y se dejaba llevar hasta los límites de la pared amarilla.