Así comienza el Capítulo II de la novela La casa deshabitada.
Así que, estando Medardo
cursando los estudios de la educación general básica, los abandona, y con nueve
años en sus espaldas, deja atrás la ciudad que lo vio nacer. Se instala con sus
padres en la finca Santa Rosa del término municipal de Albarrasa, donde su
progenitor ejercería de capataz agrícola.
Su hermano permaneció en Sevilla incorporado al mundo laboral, como
dependiente de una tienda de charcutería y conviviendo con sus abuelos, pero
él, su hermana y su madre se incorporaron a la vida del campo para seguir
manteniendo a la familia.
La finca en la que hallaron trabajo pertenecía a una de las familias pudientes
del pueblo, con toda una gran extensión de terreno adehesado en su mayor parte.
Para Medardo aquello representaba haber encontrado la libertad del pájaro
enjaulado, lejos de los peligros de la ciudad. Ahora disfrutaba de todo el
espacio del mundo para corretear a sus anchas. La casa asignada a la familia,
en medio de las grandes cortijadas de los señoritos, era suficiente para cubrir
las necesidades de los cuatro y aunque su hermana y él tenían que dormir en la
misma habitación, poco le importaba, ya que al abrir cualquier ventana
respiraba el aroma de la jara o el olor a la tierra recién regada por alguna
nube. «Isabel, hoy me dijo un chiquillo que ha cogido un pechuguito, ¿tú sabes
qué es?», «¿Por qué no se lo has preguntado a él?», «Me dio vergüenza, pero ¿tú
sabes lo que es?», «Creo que es un pájaro, se lo podemos preguntar a José
Fierro», «Él lo sabrá?», «Él es de aquí y como es cosa de campo, casi seguro
que lo sabe», «¡Ah, bueno!»,«¿Y una bobita, sabes lo que es?», «¿Huele mal?»,
«Creo que sí», «Otro pájaro», «¿Y un rabúo?», «Pero bueno, para ya muchacho,
que tengo que seguir estudiando», «Vale».
El título suena a misterio Arruillo.
ResponderEliminarUn abrazo.