Con la llegada de los demás componentes del grupo, partimos
desde el cortijo Floranes para buscar esa cueva de la que hablaban los papeles.
Lo primero que hacemos es meternos en un barranco del que al rato tenemos que
salir porque las dificultades para progresar por él, eran cada vez mayores.
Tropezamos con un sendero, muy apañado, que no lleva al mirador del Valle del
Bodurria, barranco que ya conocíamos del día anterior; luego de recrearnos en
él y hacernos las fotos de rigor, emprendemos la marcha buscando el cortijo de
Bastidas. Las panorámicas son cada vez más bellas, avanzamos por un frondoso
bosque de pinos y la temperatura es óptima para el ejercicio que realizábamos.
Vamos descendiendo a marchas forzadas y todo el mundo se acuerda de la vuelta.
Al llegar a un barranco, nos quedamos sin sendero, pero el sentido orientativo
y las ganas de aventura nos devuelven al camino y a una zona con una fuente
donde en verano se debe estar, de muerte. Nuestro experto en plantas se
esfuerza por explicarnos la diferencia entre la sabina y el enebro y cómo
dependiendo de la altitud los árboles tienden a protegerse de una manera o de
otra.
Huertas abandonadas y una rivera frondosa pero con escasez
de agua nos llevan hasta el cortijo y el área de acampada de Bastidas. Se
aprecian reformas importantes e incluso una capilla en construcción; el lugar
está tranquilo, soleado y con buenas vistas, entre otras las del Rapa, monte al
que subimos el día anterior; continuamos nuestro caminar hasta el área de
acampada, luego de algunos titubeos. Aquí nos detenemos poco, porque al
detectar presencia humana, decidimos avanzar hasta los pies de la Cuevade la Golfa donde repostamos energía.
Subí en solitario para ver las cabrerizas en la que estaba
convertida la susodicha cueva y sin encontrar nada interesante, retornamos al
cortijo Floranes ascendiendo el arroyo Bodurria. Aquí tropezamos con una
dificultad de primer orden y hemos de trepar entre pinos y rocas sueltas con
todo nuestro aliento, hasta el conocido mirador. Alguna componente del grupo no
se cree lo que ha sido capaz de hacer, y ya de forma relajada tomamos el
sendero que nos conduce hasta la casa, no sin antes perder el camino y dividirnos
en dos grupos antes de llegar a los pies de la chimenea.
Mesa comunitaria, buenas viandas y buena dormida;
ingredientes suficientes para hacer de este lugar, uno más de los inolvidables
en nuestro amplio catálogo de sitios con encanto.
José hiciste que viera cueva a través de tus palabras y me hiciste recordar algunos senderos parecidos que disfrute en mi infancia. Gracias por ello. Un abrazo afectuoso para ti.
ResponderEliminarGracias, Araminta, por tu visita. Me alegro saber que te produjo buenas sensaciones esta entrada. Un abrazo
EliminarHola J. R. Ya que no había nada interesante en la cueva, al menos el recorrido fue fructífero y la comida en buena compañía genial. Me hace gracia la expresión que haces de "en verano se debe de estar de muerte" yo la suelo utilizar a menudo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Conchi, aquí el que no se consuela es porque no quiere. Cuando la compañía es grata, todo es interesante. Ya ves, algo tenemos en común ,je,je. Un abrazo.
ResponderEliminarBien disfruto del viaje, amigo. Que esa forma tan amena de narrar —no me canso de decírtelo...es como si mirásemos una película. Quizás tu magia radique en la sencillez y economía de adjetivos, o, en la forma tan directa: que hace sentir como si lo contaras en presencia. De mucho gusto.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, amigo José, tampo yo me cansaré de agradecerte tu amabilidad para con mis escritos. Un abrazo
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