Hubo un instante
para sujetarme contigo
a la grupa del mundo
y otro para componer en tus labios
dos monosílabos idénticos.
Suena guitarra y arrebújame
hasta el amanecer,
devuélveme la luz de día,
no quiero tinturar de sepia
la placidez de esta cal.
Fui potro y fui jirafa,
al momento libro parlante,
en ocasiones Sancho
con el escudo siempre presto;
aprendí a devorar marcianos
aliñados con ketchup;
nos pasábamos los domingos
encerrados en un corchete,
subidos en flauta de nácar;
veíamos pasar el cóndor:
llevaba prendido en sus garras
las hojas de un armario.
Los libros se transforman
en pesas de quinientos gramos,
las camisas abotonadas
en musculosas patagónicas.
Entonces fui guardián nocturno,
ditero adicto al debe-haber,
manantial de moneda al uso
y teleoperador de contrato
indefinido.
Ojos negros, piel canela,
rapea tu ipod en la ducha,
mientras un bando de gorriones
chic-chic-chiriííí
se disputan la débil rama
donde anclaran sus patas
y más lejos, en la espadaña
las monjas invitan a la oración.
Suena la guitarra de las palabras son cantos de melodías
ResponderEliminarUn placer volver a leerte. Ya estoy de regreso.
Un abrazo.
Gracias, Maria, por la visita. Me alegra saber de ti. Un abrazo. J.R.Infante
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