325 ¡Gon, D. José!, alcemos nuestras copas y brindemos por
este 2013 que se nos abre, ¡por todos nuestros amigos!, bien dicho, Alba, vaya
esta copa por: Trini, Vero, María, otra María (la del vencejo), Stella, Alfredo, Martha, Belkis, Nuria de Espinosa, Lou, Miuris, y Xrisstinah, que han
estado ahí a lo largo de todo el año, ¡Por ellos!, y ahora el amigo Gon, nos
colgará el siguiente tramo de su interminable historia, se lo permito de esa
manera porque es usted el jefe, que si no..., tengamos la fiesta es paz...¡Feliz Año, amigos!
COLLAGE DE VERANO (4)
.../...Viene de Collage de verano (3)
COLLAGE DE VERANO (4)
.../...Viene de Collage de verano (3)
El jefe se
deja caer, como el que no quiere la cosa, que para el próximo año existe la
posibilidad que el encuentro de trabajo se traslade ni más ni menos que a la
Laponia – por aquello de abrir el mercado al exterior -. El asunto cae en el
departamento como si se tratara del gordo de Navidad. Se comienza a especular,
que si los que están por Cataluña participarían también del evento o sería para
los que no se han movido – laboralmente claro –este año. ¿Sería imprescindible
saber inglés o eso corresponde tan sólo a los directivos?. Circulan preguntas y
respuestas de un lado para otro, pero como es lógico nadie habla claro ni se
compromete a adelantar nada hasta que se vaya perfilando mejor el asunto.
Tendremos que ponernos en contacto con los sindicatos para evitar que los
agraciados sean siempre los mismos. Ya hay quien sueña con Norway, Kafjord y no
sé cuantas palabrejas más que se transmiten de boca en boca, por los pasillos,
por los tablones de anuncios, correos electrónicos y demás medios que
disponemos por la oficina para jodernos los unos a los otros. Y sólo ha sido un
rumor. No quiero ni pensar lo que puede pasar si se confirman los hechos.
Muñoz
Molina hacía que sus personajes se encontraran unos a otros en aquel invierno
en Lisboa, con una facilidad pasmosa y yo por más que intento dar con mi amigo
Florencio no hay manera. Ya lo he intentado en unos cuantos hospitales, pero
entre que no me entiendo muy bien con quien me coge el teléfono y que tampoco
tengo claro que esté en Lisboa, así estamos. Pero yo no me canso, daré con él
como Manolo que me llamo. Mis amigos me cuentan maravilla de esa ciudad. He
intentado –por hacer algo- una pirueta literaria que consistió en meterme en el
libro de Muñoz Molina como un personaje más, como vi que había pistolas de por
medio y eso casi siempre suele acabar en tiros, me dije “¡Ya está!. Yo seré por
ejemplo el taxista, ¡si!, el taxista que tiene que trasladar a un herido de
bala con toda urgencia hasta el hospital”. Tendría que trabucar un tanto el
desarrollo de la obra, pero bueno como se trata de una buena causa, no creo que
al autor le fuese a molestar demasiado, además si se me complican las cosas, le
cambio el título a la novela mencionada y ¡ya está!. La puedo llamar por
ejemplo: el otoño en Lisboa, ¡ea!. Bien pues – como digo – yo sería el taxista
que recoge al herido que como consecuencia de una persecución callejera termina
en mi taxi huyendo del de la pistola. Atravesaríamos a toda leche el puente
sobre el Tajo, con las luces encendidas, tocando el claxon y zigzagueando para
hacer adelantamientos insospechados. Nada de choques, ni atascos, ni gente
cayendo al agua, que a mí con llevar a una persona herida ya me parece suficiente
para una trama amorosa. Por mi radio-taxi me pongo en contacto con la policía y
me echan un cable con el tráfico, en lugar de empeorar la situación, que es lo
que ocurre casi siempre, se me colocan por detrás y por delante con la sirenas
a toda pastilla como si fuese yo el coger de una persona importante y me
conducen hasta un hospital donde una vez cumplimentados los trámites y echas
las declaraciones oportunas – y ya con la confianza suficiente – pregunto por
el doctor Florencio, eminente cirujano al que nadie tiene la fortuna de conocer
ni en ese hospital ni en todo el área hospitalaria. Deshecho, casi con lágrimas
en los ojos, retorno a mi táxi y me vuelvo hasta el lugar donde recogí al
herido a buscar alguna pista a ver si me doy cuenta donde me he equivocado. Doy
unas cuantas vueltas por los alrededores, hago unas cuantas preguntas, pero no
me gusta demasiado la pinta de alguna gente que anda por esas calles, así que
decido dejarlo todo porque tampoco es cosa de llevarme yo algún mamporro luego
de haberme colado de hurtadillas en la obra. Me salgo.
Mi mujer
de nuevo pasa al ataque y me llama desde Santander, que lo del futuro proyecto
telefónico va mejor de lo que esperaba y por tanto se amplía la estancia por el
Norte, que siente mucho no poder estar conmigo, ni con sus hijos, pero es que
esta gente aprieta lo suyo. Mientras me cuenta todo esto, yo no dejo de
acordarme del hijo puta del Domínguez que si se hubiera quedado en le parto de
su madre, no se hubiera perdido nada. Tengo que continuar mi campaña de
intimidación ahora que me he enterado que anda otra persona metida de por
medio. ¿Mira que si al final descubro un lío de faldas?. Que como por el Norte
hay muchas vacas, no puede dejar de acordarse de sus hijos, de cuando eran
pequeños y hacían aquellas preguntas tan graciosas sobre la piel de estos
animales y de aquellas tetas tan gordas y los cuernos y las pezuñas y esas
bocazas todo el día rumia que rumia – muele que muele, decía ella -. Hay un
sitio que se llama Puente del Diablo que no puedo dejar de verlo, aunque sea lo
último que haga en esta vida. Creo que exagera, porque sitios bonitos habrá
tantos por ahí perdidos que la contemplación de cualquiera de ellos puede dar
lugar a pensar lo mismo. Sé, porque uno al fin y al cabo está instruido, que
Cantabria y en concreto Santander son de esos lugares que nos llama mucho la
atención a la gente del Sur, que nos quedamos extasiados con esos valles y ese
verde y sus montañas, pero tampoco hay que exagerar ¡eh!, que aquí tampoco
andamos mancos. En medio de la conversación, me dan impulsos de preguntarle por
su tierra, su hogar, su familia, su marido, pero me contengo porque me puede mi
orgullo y lo que me tenga que decir que me lo diga por propio impulso. Yo con
decirle la que estamos pasando en la oficina, ya tengo bastante. A mí no es que
me cabreen las cosas del Norte, esos paraísos que dicen poseer, lo que me
cabrea es no poder disfrutarlos. Que está allí mi mujer, también podría haber
estado yo de consorte contemplando el azul del mar, mientras que ella les
cuadra las cuentas a los de la telefónica, ¡digo yo!. En cambio estoy aquí,
aguantando todo el calor del mundo, las ocurrencias de Domínguez, la
incertidumbre del trabajo y sin mis hijos para hacerme compañía. Al final me
voy a tener que aficionar a eso de la interné – como hace más de uno por aquí
cerca -, para que los días se me pasen más rápido y para el año que viene ya
procuraré yo montármelo de otra manera porque ésta no me convence mucho. Hace
ya tanto tiempo que no tenemos unas vacaciones como Dios manda que maldita me
hace la gracia que los niños hayan crecido y que la mujer haya conseguido la
independencia laboral. Al final, mejores casas, mejores coches, pero para no
parar nunca ni en la casa ni en el coche. ¿Esto es vida?.