sábado, 26 de diciembre de 2020

De vez en cuando, una parada.

 


Esa cosa tan caprichosa como es el amor puede depararnos sorpresas inesperadas; lo busquemos o no siempre está ahí, al acecho, y puede ponerse delante de nosotros cuando menos nos lo esperemos. En el relato Una parada obligatoria ⸺que le da título a la colección completa⸺, dos personajes, Alejandra y Matías pasan por ese trance y se encuentran con el. Claro que lo que no sospechaban es que el regalo venía envuelto con doble capa de papel, con lo cual conviene llegar a la última de las paradas de ese tren, que viene siendo la vida, para que cada pasajero alcance el acomodo necesario y pueda ver el mundo tal y como es.

J.R. Infante

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Progresión regresiva

 


De pequeño, en mi pueblo, hacíamos cola en la fuente para llenar el cántaro de agua. Luego llegaron los embalses y el agua brotó en el fregadero como por arte de magia. Ahora vivo en la ciudad y contemplo con asombro mi vuelta a la niñez.

J.R. Infante

jueves, 10 de diciembre de 2020

La fe del magnolio

 


En octubre pasado saltó a la prensa local que se había iniciado la cuenta atrás para salvar el magnolio de la Catedral de Sevilla. Este árbol de singulares características lleva años deteriorándose y como esta pandemia que nos acucia no entiende de números, el dinero para su recuperación tuvo otro destino más urgente. Ahora los ciudadanos, que tanto apreciamos a las especies arbóreas, estamos esperanzados y confiamos en que se pueda sacar adelante el proyecto. Implica ampliación del alcorque que lo sustenta que ha quedado muy pequeño, así como la remodelación de sus aledaños graníticos para que este ejemplar siga ofreciéndonos la alegría de la que tan necesitado estamos. A ver si puede ser que su cercanía a las fuentes espirituales tenga algún efecto positivo y también echen una mano en el empeño.

J-R. Infante

viernes, 4 de diciembre de 2020

Hay un acequia

 


 

Hay una acequia que inunda

el verde aroma de la tarde,

unas manos que labran

el surco que se refleja,

un perro lana de armiño,

un  nogal —melena al aire—,

                                          y la piedra.

Piedra sobre piedra que

ha visto desfilar recias legiones,

manchar su cara de sangre,

absorber la negra pólvora,

ocultarse sin decoro

durante los meses invernales.

La tierra se abre

                         y ofrece

sus dones cada estación,

en los estantes del súper

alguien se aferra

en reponer

kilómetros de patatas

                                  y las campanas

resuenan junto a la piedra;

sólo una pareja cruza

bajo el dintel de azucena

con su cámara en el pecho

—mapa abierto entre las  manos—.

Las calabazas extienden

tentáculos verde esperanza,

los obreros arañan raudos

un centímetro, otro.

Tienen los cascos puestos,                                                 

 será cruenta la batalla.

¿Cuántos niños quedarán

sin manchar de barro

sus labios?

Por fortuna queda el río

que sin que nadie lo sepa

                                        nos trae

desde la alta montaña

ilusionantes alforjas

a lomos de blanca

espuma.

J. R. Infante