PRÓLOGO
“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas:
memorias, deseos, signos de un lenguaje;
son lugares de trueque, como explican
todos los libros de historia de la economía,
pero estos trueques no lo son solo
de mercancías, son también trueques
de palabras, de deseos, de recuerdos.”
Italo
Calvino
“La mayor parte de la gente
en la ciudad corre tanto,
que no tiene tiempo de mirar flores.
Yo deseo que las miren, lo quieran o no.”
Georgia O'Keeffe
De
nuevo nos encontramos paseando, amigas y amigos, bajo la luz clara del farol de
una plaza, un farol que remueve las conciencias, ilumina los sueños y desnuda las
almas. Ni más ni menos. Una plaza, microcosmos dentro del universo de la
ciudad, repleta de vecinos, de niños y niñas que juegan a ser hombres y mujeres
más o menos de provecho; pero también de adultos que quisieran darle marcha
atrás al reloj de la existencia a fin de retornar a una infancia de inocentes
engaños, o bien a aquella juventud ─eterno divino tesoro─ del primer amor
verdadero.
José
Rodríguez Infante, el escritor de Paymogo y Sevilla, ciudadano del mundo y sus
márgenes, publica nuevamente un libro de historias ─el cuarto de este género y
el octavo en el cómputo total de sus obras─. Se presenta como una segunda parte
de aquella selección de relatos breves titulada asimismo Bajo la luz de mi
plaza, que fuera publicada en 2020 y presentada un año después. Aunque el
espíritu es el mismo, estos catorce relatos, ni individualmente ni en conjunto,
son una continuación de aquellas narraciones anteriores. El mosaico ofrecido en
aquel libro se ve enriquecido en este con nuevas anécdotas y otros personajes,
representantes de esa infinita naturaleza humana que tan bien conoce el autor.
Y es que, bajo su aspecto de mitad venerable eremita, mitad avispado chaval de
aviesas intenciones, se esconde un agudo observador de este desconcertante
mundo que nunca ha dejado de sorprenderle. Estas historias, aunque suyas, son sobre
todo de los demás; por ello podemos fácilmente sentirnos identificados en lo
más íntimo y profundo de nosotros mismos con los seres de ese entorno recreado
por su narrador.
Con
un lenguaje familiar y un estilo sencillo y directo, sirviéndose de un uso del
diálogo vivaz y dinámico, construye este demiurgo, artesano creador de
múltiples escenarios en uno, unos argumentos lúcidos y extrañamente coherentes.
No podemos hablar de que exista tras ellos una moraleja, pero sí una invitación
a la reflexión sobre aquello en que nos hemos convertido los seres humanos de
hoy, o podemos llegar a convertirnos si renunciamos a la memoria, a las
ilusiones, a ocuparnos y a preocuparnos los unos de los otros…
Como
un Pigmalión enamorado de su obra, el autor dibuja, con parcas descripciones, a
un coro de personajes que interactúan y se autodefinen a través de sus propios
lenguajes. Se trata de seres muy humanos, que no caen en la caricatura fácil o
la degradación. La ironía del escritor y su fino sentido del humor los hacen
entrañablemente cotidianos. Con toda la dignidad del mundo entrelazan sus vidas
sin querer, resultando a veces el balance de esa relación no buscada impredecible,
pero siempre provechoso. Es como un álbum de fotos cuyos modelos se salieran
del marco para representar una obra improvisada ante nosotros.
Rodríguez
Infante edifica una nueva mitología a partir de historias dispares, en un
maremágnum de intenciones aparentemente inapresables: hay relatos que tratan de
amor, de redención, sobre recuerdos recobrados, acerca de seres que se unen y
se separan, que luchan por sobrevivir... Sin embargo, con su lucidez de siempre,
hace que al final todo cobre sentido y encaje; quizá porque en la vida también
ocurra, o quizá porque el autor del libro lo desea… Al modo de aquel “Sócrates
enloquecido”−en opinión del genial y circunspecto Platón−que era Diógenes de
Sínope, el escritor nos lanza las verdades a la cara con la parsimonia y buena
educación de un viejo profesor experimentado en la vida y en las vidas que se
desenvuelven a su alrededor.
Se dice que aquel mismo Diógenes, también llamado el
cínico, iba a pleno día por las calles con un candil encendido buscando a un
hombre…
Sacad, amigas y amigos, vuestras propias conclusiones.
Entretanto, sencillamente disfrutad, como yo he disfrutado, con la obra de este
escritor que retrata la vida de los demás a la luz de un farol.
Tomás
Sánchez Rubio