335 Gon, voy a salir un momento, si viene Amaia dile que el jefe está mejor, ¡vale!, y si aparece María, le comentas que otro día echaremos un ratito de charla, ¡vale!, y si… ¡ya está bien, leche, que tengo que colgar el final de mi relato, rediós, madre mía qué carácter, ¡adiós, cariño
LA CONVERSACIÓN ( y 3)
No
le escuchó, corrió hasta la siguiente parada del autobús y consiguió llegar
antes, para levantar la mano e indicarle al chofer que tenía que parar. Se
subió, saludó y se fue a la maquinita para sacar el billete. Con las prisas y
el movimiento del autobús, terminó por esparcir unas cuantas monedas por el
suelo, mientras recogía el boleto. Se agachó, casi se cae, y al incorporarse
notó que alguien le alargaba una mano con una de sus monedas. Era ella. Le
agradeció el detalle, se sentaron juntos, se reconocieron mutuamente, pero
ninguno de los dos se atrevía a iniciar la conversación o a decir al menos algo
que sirviese de excusa para poder hablar. El autobús continuaba su camino y Leo
temía que en cualquier momento ella llegase a su lugar de destino, y comenzase
otra vez su particular peregrinaje en busca del amor. Graciela notaba su
palpitar y ansiaba que el muchacho le dijese algo, se pasó incluso de la parada
en la que se tenía que bajar, pero las palabras no fluían y terminó por levantarse
con la intención de salir del autobús. Leo le preguntó si bajaba y ante el
asentimiento de la muchacha, no dudó en seguir sus movimientos y terminar en
plena calle dispuesto a aprovechar la oportunidad que se le presentaba.
Ella
dijo que iba a visitar a una tía, y el muchacho dejándose llevar la acompañaba.
Caminaron casi sin hablar, contando Graciela casi con monosílabos, como había
dejado el trabajo de los perros y se había puesto a hacer de guía del teatro,
aunque tampoco le fue bien y tuvo que abandonar. Caminaron mucho y hablaron
poco y luego de pasar tres veces por el mismo puesto de flores, Graciela
terminó confesando que no se acordaba muy bien donde vivía su tía y que además
no tenía teléfono, así que era mejor regresar, volver a casa. A Leo le pareció
bien y dado que ya se había hecho tarde y no se sentían cómodos por el barrio
que pisaban, decidieron parar un taxi y volver juntos. Mientras el vehículo
transitaba por las solitarias calles, cada cual tenía la mente puesta en otro
sitio, no estaban allí, así cuando bajaron y volvieron a quedarse solos en lo
alto de la acera, junto a aquel luminoso que se apagaba y encendía de forma
intermitente, se despidieron con un “chao, chao” que sonó a definitivo porque
las palabras no encontraron la forma de salir de sus gargantas, a pesar de los
deseos que se habían ido acumulando durante tantas horas de espera.
Me resulta de buen gusto, amigo.
ResponderEliminarAbrazo
Qué poco me gustan las despedidas, ni siquiera con ese chao chao que suena tan bien como lo has escrito.
ResponderEliminarUn beso.
Pues sí que se van a hacer de rogar estos dos.
ResponderEliminarEstoy pensando que son de otro planeta. porque hoy ya se sabe...
Saludos