UNA PARADA OBLIGATORIA (3)
Seguimos con dirección a
Cádiz
Vivía Alejandra en un piso de segunda mano, que se compró con motivo de su divorcio, pero que aún no lo tenía pagado del todo. El bloque no tenía ascensor, así que le costaba subir y bajar tres tramos de quince escalones cada uno, pero eso le venía bien para aguantar luego las marchas del domingo. Nada más entrar, un pequeño distribuidor comunicaba con la cocina a mano derecha, y al salón comedor según se sigue de frente. A su vez el salón ofrece tres oportunidades: una, acceder al cuarto de baño, a la izquierda según se entra; dos, asomarse a la terraza mediante una amplia cristalera de dos puertas corredizas y tres, continuar por un pequeño pasillo hasta los dos únicos dormitorios, cada uno de ellos con sus ventanas exteriores correspondientes y caso curioso, los dos de las mismas dimensiones. En el distribuidor se podían dejar las llaves en un recuadro de madera con varias alcayatas, y una inscripción que decía claramente: “Aquí están las putas llaves”. Un paragüero en el rincón y un espejo en la pared, sin grandes pretensiones, completaban el decorado. En la cocina nada digno a destacar, salvo la obligación de mantener cerrada la ventana del patinillo interior, si no te interesaba la vida del resto de los componentes del bloque. El salón con lo justo y necesario para encontrarse a gusto: un buen sofá, una tumbona, un mueble que cogía toda la pared y admitía todo tipo de artilugios sonoros. Algunos libros y dos o tres macetas de interior. Dos pósteres: uno del Che Guevara y otro de la Feria de Abril, adornaban la pared de enfrente, y en medio de los dos una alcayata vacía donde esporádicamente colgaba la bandera del Sevilla C.F., dependiendo de los resultados de la semana. En el cuarto de baño olía a perfúmenes naturales, y se escuchaba casi de forma perenne una pequeña radio emitiendo música sin parar. Funcionaba con el interruptor de la luz. El dormitorio de Alejandra tenía una buena cama, un amplio mueble para la ropa, y una mesita con espejo y silla para ponerse presentable. La lámpara que colgaba del techo presentaba la opción de convertirse en un calidoscopio, que emitía rayos de color dándole a la estancia un aspecto especial. En una mesita de noche tenía el teléfono y una foto de su madre con su hijo.
El cuarto de Augusto era otro cantar; su madre la había dado carta blanca para la decoración a condición, de que lo mantuviese siempre limpio, por lo que era difícil verlo con el mismo aspecto más de quince días, pero sacando una media ponderada de un par de meses, presentaba el siguiente aspecto: cama deshecha, mesa de estudio sin posibilidad física de aguantar ni un folio más, armario repleto de ropa con perchas vacías, cajoneras con calcetines, camisetas y calzoncillos asomando por los extremos sin poderla encajar en su sitio, parte de atrás de la puerta de entrada a la habitación, llena de agujeros a excepción de un círculo central donde un día estuvo la diana de los dardos. Póster por las paredes de difícil descripción, y cristaleras llenas de pegatinas o restos de pegamento. Bajo la cama un auténtico festín de zapatos, zapatillas, botas, botines, pantuflas, chancletas y algunas revistas de contenidos diversos.
Al piso de Matías se podía acceder en ascensor, aunque él prefería utilizar las escaleras a menos que fuese cargado de bolsas o maletas de viaje. Nada más entrar a mano izquierda tenía la cocina, la mayoría de las veces en perfecto estado de revista y con unas hojitas de perejil cerca de San Pancracio, para que no faltase el pan en esa casa. Los muebles relucían de nuevos. En el distribuidor un mueble paragüero con espejo incluido, y una luz ambiental que imprimía carácter nada más entrar en la casa. A continuación tras un corto pasillo, se encontraba el salón comedor con una librería repleta de volúmenes de todos los tamaños, muchas revistas y cantidad de objetos múltiples que servían de adorno. Una mesa de comedor extensible rodeada de seis sillas a juego, un tresillo que invitaba a estar como mínimo sentado, y una amplia terraza donde no faltaban los adornos florales pertinentes. La tele era de última generación, y le daba al salón cierto aire de mini sala de cine. Las paredes estaban adornadas con unos cuadros que reproducían obras famosas de grandes pintores. Continuando por el salón se pasaba a la zona de los dormitorios y al cuarto de baño. En primer lugar y a la derecha, el cuarto de baño, con lo sucinto pero sin faltarle un detalle, con olor a rosas e iluminación a juego. Frente a él el primero de los dormitorios destinado en este caso a Nieves, con una cama, un armario y una mesa de estudio. Presentaba un aspecto juvenil y prácticamente no cabía ni un osito de peluche más. El cuarto de Silvia se hallaba al lado y aunque constaba de los mismo elementos que el de su hermana, la distribución era distinta y el aspecto mucho más infantil, aunque manteniendo un orden deshabitual para una chica de su edad. La mayor parte del tiempo se escuchaba un equipo de música con los grandes éxitos del momento sonando sin parar. Y justo enfrente de la habitación de Silvia se hallaba la de su padre, en la que él había querido conjugar dormitorio y sala de estudio, aprovechando que era la única del piso que poseía armario empotrado. Tenía una buena vista del exterior y esto le venía muy bien para cuando necesitaba mirar más allá de las cuatro paredes.
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Vivía Alejandra en un piso de segunda mano, que se compró con motivo de su divorcio, pero que aún no lo tenía pagado del todo. El bloque no tenía ascensor, así que le costaba subir y bajar tres tramos de quince escalones cada uno, pero eso le venía bien para aguantar luego las marchas del domingo. Nada más entrar, un pequeño distribuidor comunicaba con la cocina a mano derecha, y al salón comedor según se sigue de frente. A su vez el salón ofrece tres oportunidades: una, acceder al cuarto de baño, a la izquierda según se entra; dos, asomarse a la terraza mediante una amplia cristalera de dos puertas corredizas y tres, continuar por un pequeño pasillo hasta los dos únicos dormitorios, cada uno de ellos con sus ventanas exteriores correspondientes y caso curioso, los dos de las mismas dimensiones. En el distribuidor se podían dejar las llaves en un recuadro de madera con varias alcayatas, y una inscripción que decía claramente: “Aquí están las putas llaves”. Un paragüero en el rincón y un espejo en la pared, sin grandes pretensiones, completaban el decorado. En la cocina nada digno a destacar, salvo la obligación de mantener cerrada la ventana del patinillo interior, si no te interesaba la vida del resto de los componentes del bloque. El salón con lo justo y necesario para encontrarse a gusto: un buen sofá, una tumbona, un mueble que cogía toda la pared y admitía todo tipo de artilugios sonoros. Algunos libros y dos o tres macetas de interior. Dos pósteres: uno del Che Guevara y otro de la Feria de Abril, adornaban la pared de enfrente, y en medio de los dos una alcayata vacía donde esporádicamente colgaba la bandera del Sevilla C.F., dependiendo de los resultados de la semana. En el cuarto de baño olía a perfúmenes naturales, y se escuchaba casi de forma perenne una pequeña radio emitiendo música sin parar. Funcionaba con el interruptor de la luz. El dormitorio de Alejandra tenía una buena cama, un amplio mueble para la ropa, y una mesita con espejo y silla para ponerse presentable. La lámpara que colgaba del techo presentaba la opción de convertirse en un calidoscopio, que emitía rayos de color dándole a la estancia un aspecto especial. En una mesita de noche tenía el teléfono y una foto de su madre con su hijo.
El cuarto de Augusto era otro cantar; su madre la había dado carta blanca para la decoración a condición, de que lo mantuviese siempre limpio, por lo que era difícil verlo con el mismo aspecto más de quince días, pero sacando una media ponderada de un par de meses, presentaba el siguiente aspecto: cama deshecha, mesa de estudio sin posibilidad física de aguantar ni un folio más, armario repleto de ropa con perchas vacías, cajoneras con calcetines, camisetas y calzoncillos asomando por los extremos sin poderla encajar en su sitio, parte de atrás de la puerta de entrada a la habitación, llena de agujeros a excepción de un círculo central donde un día estuvo la diana de los dardos. Póster por las paredes de difícil descripción, y cristaleras llenas de pegatinas o restos de pegamento. Bajo la cama un auténtico festín de zapatos, zapatillas, botas, botines, pantuflas, chancletas y algunas revistas de contenidos diversos.
Al piso de Matías se podía acceder en ascensor, aunque él prefería utilizar las escaleras a menos que fuese cargado de bolsas o maletas de viaje. Nada más entrar a mano izquierda tenía la cocina, la mayoría de las veces en perfecto estado de revista y con unas hojitas de perejil cerca de San Pancracio, para que no faltase el pan en esa casa. Los muebles relucían de nuevos. En el distribuidor un mueble paragüero con espejo incluido, y una luz ambiental que imprimía carácter nada más entrar en la casa. A continuación tras un corto pasillo, se encontraba el salón comedor con una librería repleta de volúmenes de todos los tamaños, muchas revistas y cantidad de objetos múltiples que servían de adorno. Una mesa de comedor extensible rodeada de seis sillas a juego, un tresillo que invitaba a estar como mínimo sentado, y una amplia terraza donde no faltaban los adornos florales pertinentes. La tele era de última generación, y le daba al salón cierto aire de mini sala de cine. Las paredes estaban adornadas con unos cuadros que reproducían obras famosas de grandes pintores. Continuando por el salón se pasaba a la zona de los dormitorios y al cuarto de baño. En primer lugar y a la derecha, el cuarto de baño, con lo sucinto pero sin faltarle un detalle, con olor a rosas e iluminación a juego. Frente a él el primero de los dormitorios destinado en este caso a Nieves, con una cama, un armario y una mesa de estudio. Presentaba un aspecto juvenil y prácticamente no cabía ni un osito de peluche más. El cuarto de Silvia se hallaba al lado y aunque constaba de los mismo elementos que el de su hermana, la distribución era distinta y el aspecto mucho más infantil, aunque manteniendo un orden deshabitual para una chica de su edad. La mayor parte del tiempo se escuchaba un equipo de música con los grandes éxitos del momento sonando sin parar. Y justo enfrente de la habitación de Silvia se hallaba la de su padre, en la que él había querido conjugar dormitorio y sala de estudio, aprovechando que era la única del piso que poseía armario empotrado. Tenía una buena vista del exterior y esto le venía muy bien para cuando necesitaba mirar más allá de las cuatro paredes.
Y los metros cuadrados útiles??? :D
ResponderEliminarNos hemos hecho una idea, por su habitat, de cómo son, más a fondo.
Las casas dicen mucho de uno.
Supongo que bajo una cama tan repleta, las pelusas ni sitio encuentran.
Me he pasado las vacaciones mala, por eso desvarío.
Abrazos
Espero que hayas disfrutado de estos tres días, imagino que en las cercanías de Aracena:)
ResponderEliminarNo dicen que imaginar es libre. O es soñar:)
Ya te comenté esta entrada y te dije lo que más me unía a Alejandra. La bandera, sí:)
Abrazos