351 Se nota que estamos en época vacacional, ¿por qué lo dices Alba?, percibo cierta apatía, eso es que tú estas con los cables cruzados, ¡a lo que vamos!, ¿tienes ya el desenlace de la monja?, lo tengo, pues cuélgalo ¿a qué esperas?, ¡ya voy, ya voy!, con la prisas… ¿hablaste con Trini?, si, ya le dije que los pirulitos y México, que yo sepa no guardan relación, pero… ¿quién sabe?, ¡ah bueno!..
LA MONJA (Y 3)
.../...Viene de La monja (2)
Ya sabía
que pista seguir…y la siguió. Y le llevó a darse cuenta que aquella religiosa
formaba parte del personal de servicio, por su forma de desenvolverse, por los
sitios donde entraba y salía y porque sólo se la veía durante determinadas
horas. Ni quería preguntar más por ella para no levantar sospechas; a partir de
ese momento todo estaba en sus manos, dependía de él mismo, tenía que pasar tan
desapercibido que nadie podía sospechar la verdadera intención de su presencia
en el hospital. Siguió tras la toga de
la monja esperando que ésta le diese la siguiente pista, hasta que terminó por
dársela casi en sus propias narices: en
la habitación que le había correspondido ejercer de familiar de préstamo estaba
solo, salió a la terraza a fumar y de pronto observó que alguien entraba en la
habitación cerrando la puerta. Se agachó, miró por una pequeña fisura de la
persiana y…allí estaba. Era ella, la monja.
La
religiosa se acercó al enfermo para comprobar que dormía y a continuación se
encaramó en una silla para manipular el aparato de televisión que había en la
sala, desconectar un cable que le unía al depósito de las monedas que hacían
posible su funcionamiento y, para asombro del policía, llevarse casi toda la
recaudación manipulando hábilmente el receptáculo de las monedas. Volvió a
ponerlo todo como estaba y en pocos minutos se hallaba de nuevo en el pasillo
como si de un fantasma se tratase. El hombretón la siguió y al comprobar que se
introducía en el control de las
enfermeras, decidió detener sus impulsos y esperar otro momento más adecuado
para poner fin a aquella pesadilla. Y no tardó en llegarle la ansiada oportunidad
puesto que a la noche siguiente, la monja volvió a las andadas, sólo que en
esta ocasión y sin que ella
se diese
cuenta era seguida hábilmente por el policía que ya sabía cuales eran todas sus
artimañas: esperó que saliera del control de enfermería, se colase en una
habitación, cerrase la puerta y le dio tiempo para que preparase sus
herramientas de trabajo; se acercó con sigilo a la puerta de la habitación,
pegó la oreja y con el más exquisito de los sigilos fue abriendo la hoja hasta
distinguir a la religiosa enfrascada en sus quehaceres nocturnos.
Cuando ya
lo tenía todo claro, no lo dudó: abrió con energía la puerta y al grito de
“¡Alto policía!” dejó a la monja pegada al receptáculo de las monedas. No dejó
ni que volviese la cara, se puso a su espalda, le sujetó las manos y en un
minuto la tenía reducida, arrodillada en el suelo y con las manos esposadas por
las muñecas en su propia espalda. Le pidió que se incorporase para darle la
vuelta y poder ver su cara, pero no le dio tiempo de asombrarse ante el rostro
masculino de la supuesta monja, porque en ese mismo momento, en la puerta de
entrada a la habitación se oyó otra voz, que le resultaba de sobra conocida al
policía de amplios pectorales.
—¡Está
bien Gutierrez!¡Déjenos a nosotros!
Se trataba
del inspector, de su jefe, que ante la cara de susto del hombretón, tuvo que
realizar un esfuerzo y esbozar una sonrisa para evitar que el subordinado
pudiese saltarse alguna que otra norma y despertar a medio hospital como
mínimo. A la mañana siguiente, a las diez en punto, en el despacho del
inspector-jefe en la Comisaría de Policía se dieron las explicaciones
pertinentes:
“La
supuesta monja no era tal, sino un enfermero que disfrazado de esa guisa y
aprovechando la broma del resto de sus compañeros, se dedicaba desde hacía
tiempo a aligerar de peso la caja de monedas de las televisiones de las salas,
hasta que un día, en una de las visitas que el preso fugado realizaba al
hospital, lo sorprendió en su celestial dedicación y para evitar males mayores,
no le quedó otro remedio que llegar a un acuerdo con él y facilitarle su
intento de fuga. El inspector, ante las denuncias de la firma explotadora del
negocio de la televisión por pago, se puso a trabajar. Tenía sospechas, pero no
había podido probar nada, le faltaba...le faltaba esa persona adecuada, con la
motivación suficiente para coger con las manos en la caja al desdichado, que
por unos pocos euros se estaba jugando su puesto de trabajo. Conocía a
Gutierrez y sabía que no se iba a conformar con el cierre del caso de la fuga
del preso, por eso permitió que se le sancionara, para herirle más su orgullo y
sobre todo para vigilar al vigilante desde el mismo momento en que se le
comunicara la decisión tomada por la Jefatura. Alguien como el hombretón
infiltrado y herido por entre las paredes de ese hospital era justo lo que
necesitaba para descubrir qué había de cierto en esa monja de la que hablaba el
preso y de paso dejar a cada cual en el lugar que le correspondía.”
Buenos días amigo Arruillo, después de mucho, mucho tiempo la añoranza me hace volver a retomar mi blog y venir a saludaros..., me alegra enormemente este encuentro, ya vendré a leerte, hoy solo quería dejarte mis saludos y un abrazo
ResponderEliminarStella
Sigue muy interesante, amigo.
ResponderEliminarAbrazos
Muy atrayente resulta la lectura de esto, tocayo.
ResponderEliminarO sea, que la monja era monje, y no precisamente de clausura, sino de usura:):)
ResponderEliminarCreo que has construido el cierre perfecto para este relato.
Ahora que ando leyendo a Henning Mankell veo policías por todos lados:):)
Abrazos