jueves, 14 de febrero de 2019

Mi tierra



Hoy he caminado bajo los signos evidentes de la llegada de la primavera. Por mi tierra, por las calles de guijarros y paredes de cal. Cada lugar por el que iba pasando me traía a la mente cómo llegue a conocerlo en otro momento, me veía correteando por uno y otro espacio como si el tiempo se me fuese a acabar. Allí está la estructura esquelética del edificio dónde el zapatero remendón daba cuenta de todo cuanto zapato se le llevase, con aquella silla  pegada al suelo, como si el hombre no tuviese miembros inferiores. Las casas han ido cambiando con el paso del tiempo, pero yo las sigo viendo como las viví, cuándo por algún que otro momento entré en ellas: a comprar, a dar un recado, a preguntar por un amigo, a ver una película en el televisor que no había en mi casa. La luz de la mañana es la misma, los lugares son los mismos, algunas personas parecen no haber cambiado, pero mi mente me lleva a verlo todo como en una serie de secuencias, en la que el espacio, la gente y las costumbres van evolucionando sin dar tregua al segundero, cómo cuando era niño: todo lo hacía corriendo, parecía un cervatillo que nada más nacer ha de ponerse en pié por si aparece el león y hay que salir huyendo.
El cabrero me saca todo mi parentesco, en una charla improvisada en medio del campo, aclaramos cuál fue la quinta de cada uno, y al final yo continúo disfrutando de la sinfonía avícola que inunda mis sentidos y él se coloca unos minúsculos auriculares en los oídos, tal vez más que aburrido de no oír más que los sonidos de la Naturaleza. Y sigo caminando. Mis pasos me llevan hasta la explanada en la que jugábamos al fútbol antes de que se terminara formando un equipo con campo propio, antes de que los postes con redes no fuesen más que dos peñascos y los goles sólo se cantaban en función de la altura del cancerbero. Hay margaritas y luce de verde allá por donde miro, se oye en cencerro de las ovejas y el agua por el arroyo, aunque bien es verdad que hace tanto que no llueve, que ya veremos que va a pasar con los gurumelos.  A la vuelta a casa procuro descansar, ya que en eso también se nota el cambio, si antes ignoraba el sentido de esta palabra, ahora me resulta imprescindible su comprensión. Y es que no en balde, la vida del jubilata tiene estas cosas.

2 comentarios:

  1. Como siempre, disculpándome después de una gran ausencia, me cautiva la fluidez con que discursa el relato, amigo. Tienes, además de buen oficio, una forma muy natural de expresar: que convence. Siempre es, verdaderamente —sin cumplido alguno— un disfrute, el leerte.

    Abrazos

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    1. Me alegra mucho saber de ti, tocayo. Espero que te encuentres bien y que las pautas de encuentro sean más cortas. Fuerte abrazo

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¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?