Había pasado el
verano y de nada sirvieron las denuncias de los vecinos; el ayuntamiento hacía
caso omiso porque aquel coche no entorpecía la circulación; se convirtió en el
punto de mira de toda la clase marginal del barrio, hasta que un día lanzaron
una lata de gasolina en su interior y le prendieron fuego. Vinieron los
bomberos, la grúa, se dañaron tres coches más y estallaron los cristales de un
escaparate próximo. Los operarios de la limpieza cumplieron su cometido y el
lugar quedó expedito y preparado para que otro vehículo lo ocupase. El que
fuera su dueño contempló desde su casa los últimos instantes de aquel
utilitario rojo; no se inmutó, casi ni parpadeó. Hacía tiempo que el coche lo
había superado.
Real como la vida misma.
ResponderEliminarAlgo parecido pasó en un barrio que conozco.
Abrazos, Arruillo.
Hola Vero, gracias por dejar tu comentario. Un abrazo
ResponderEliminarSi no llegan a prenderle fuego el coche puede estar allí durante años Arruillo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Conchi, por dejar tu opinión. Un abrazo
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