Así comienza el relato Birulas, que se encuentra en el libro Bajo la luz de mi plaza
Al despertar se encontró junto a él a su hija, que dormitaba sentada en una butaca de escay con los pies encima de una silla. Miró a su alrededor: el gran ventanal por el que penetraba una luz intensa le resultaba desconocido, la fluorescencia del techo también y la cama sobre la que se hallaba postrado mucho más. En la mesita de noche, que hacía guardia a su derecha, reposaba una botella de agua, una bizcochada a medio comer, algunos clínex sueltos y diversas pastillas. Nada de aquello le era familiar, salvo su hija a la que reconoció de inmediato. Entornó los parpados, movió los dedos de las manos, luego los de los pies y en seguida trató de concentrarse en los sonidos que llegaban a sus oídos. Cuando alzó la vista, apenas se escuchaba nada: algunas voces en la lejanía, el tránsito de vehículos a motor muy debilitado y poco más. Le entró somnolencia. Al volver a abrir los ojos se topó con los de su hija, que de un salto se incorporó y se colocó junto a su almohada.
J.R. Infante