Así comienza este relato que forma parte de libro Bajo la luz de mi plaza
Al oír el silbido de Rogelio, el perro levanta
la cabeza, se alza sobre sus patas delanteras y olfatea el aire. Sus orejas-radares
se orientan en dirección al oloroso vaho de la gorra de su dueño. Espera un
segundo silbido y ahora como un resorte se pone en pie, mira a su dueña y
emprende una carrera hasta llegar a los pies del hombre, que comienza a
hablarle indicándole que se meta debajo del coche donde parece que hay un
objeto del que se muestra interesado en conseguir. El perro no lo duda. Su
cerebro transforma la palabra de su amo en órdenes imperativas, se agacha, se
arrastra y se introduce bajo la carrocería del vehículo para sujetar con sus
poderosas mandíbulas una bolsa de color gris, a la que ha logrado hacer presa
por una de sus asas. Tendido sobre el suelo realiza una maniobra de retroceso
sobre sí mismo, al tiempo que tira con todas sus fuerzas para acercarla hasta
el lugar donde Rogelio la alcanza con una mano. A partir de ahí todo resulta
más fácil porque Bob siente menos resistencia y porque la mano de Rogelio era
como las mandíbulas del perro: allí donde se asían los cinco dedos, había
garantía de trabajo satisfactorio. La bolsa terminó en sus brazos y el perro
aunque se moría de curiosidad por saber de qué iba aquel juego, se limitó a
lamer la mano de su dueño y a permanecer sentado a la espera de una nueva
orden, ¡ya está! ¡ya está, no seas pesao!, vamos con la Merche. Saltaba a
su lado como si acabase de descubrir el más oculto de los secretos. Ambos se
pusieron en marcha hasta llegar a la base del plátano donde la mujer entretenía
su tiempo leyendo una revista de moda que alguien abandonó en lo alto del
contenedor de papeles.
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Hola arruillo, un relato original y encantador, lo he disfrutado
ResponderEliminarmucho
Un abrazo y feliz fin de semana
Carmen
Gracias, Carmen, por la visita y dejar tu opinión. Un abrazo
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