Llegó el siete de marzo y, como siempre le ocurría
con la correspondencia oficial, le metió el miedo en el cuerpo. Pero no fue
así, aquella carta que el funcionario depositó en el buzón decía literalmente:
«A través del presente escrito cúmpleme informarle que se ha interesado
telefónicamente por Vd. Dª Tere Navarro Sánchez, de Pego (Alicante) cuyo
teléfono es el 388439.
Lo que le comunico a los efectos de que si lo estima
oportuno nos dé autorización para notificar su domicilio a la interesada».
Firmaba el Jefe del Negociado de Estadística del
Ayuntamiento de Sevilla.
A Juan ni le decía nada el nombre de la tal Tere, ni
había estado en su vida en Pego, ni aquel número de teléfono le era familiar.
Le tranquilizó mucho saber que no se trataba de una multa, embargo, impago de
impuestos o cualquier otra trampa desconocida que le reclamase el Ayuntamiento.
Así que de entrada arrinconó la carta y continuó el diario ir y venir a la
academia donde impartía sus clases. Pero algo había en esa historia que no
encajaba; demasiada formalidad para tratarse de un simple domicilio, con la
gran cantidad de propaganda que recogía a diario del buzón, con su nombre y dos
apellidos bien claritos, como si el remitente de turno fuese un conocido de
toda la vida. Regalos de todo tipo, viajes gratis y vacaciones pagadas, de todo
llegaba a su dirección, tanto que se parecía más a la de un personaje popular,
de esos a los que le llueven las ofertas, que a la de un simple currante que se
tiene que levantar todos los días a las siete de la mañana para ganarse el pan.
Así que esa formalidad no encajaba, algo no iba bien y como él era persona de
amplios recursos y poco aguante cuando algo le corroe, llamó al Negociado de
Estadística para interesarse por ese extraño envío. Allí le confirmaron que
todo era correcto y que no había dudas, ya que coincidía hasta su número de
carné. Como todo le sonaba a chino, denegó la autorización. Anduvo unos cuantos
días dándole vueltas a los datos de la carta, a ver por dónde podía encontrar
una pista que le orientase sobre su protagonismo. Por supuesto, el nombre de
Tere no le decía absolutamente nada, y tampoco esos apellidos. Repasó el
listado de alumnas que había tenido ―guardar papeles era su obsesión―, porque
el de amantes no hacía falta repasarlo: le escaseaban tanto que se sabía muy
bien los datos de cada una de ellas. El pueblo le decía tan poco como nada,
porque aunque una vez estuvo en Alicante, no tenía conciencia de haber estado
en él, y mucho menos de haber trabado amistad con nadie, así que no le quedaba
más solución que llamar al número de teléfono que se
le indicaban en la carta. Nada tenía que perder y, por el contrario, sí que
podía ganar algo aclarando aquella situación que le distraía de su trabajo;
pero fue otro intento banal porque, en ese número, nadie respondía, fuese cual
fuese la hora a la que realizaba la llamada. Se interesó, a través de la
compañía telefónica, por averiguar a quién correspondía ese número, pero no se
lo pusieron nada fácil y, después de varios intentos, terminó por aburrirse y
desistir.
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