La mujer extrajo del baúl
el negro farol que habría de iluminar el gris de la lápida. Lo limpió, le dio
barniz y escamondó el cristal para que brillase toda la noche. Introdujo una
vela en su interior y cogió una cerilla para prender la mecha. La vela no
iluminaba. Cambió la vela, consumió la caja de cerilla y probó suerte con un
mechero. Se le agotaron las velas. Probó con una lamparilla de aceite, pero al
cerrar la puerta de la farola, se apagó. Rebuscó y halló un artilugio chino, de
luz permanente que simulaba una vela, pero no tenía pilas. Se acordó de una
iluminaria cilíndrica que acumulaba luz y se hacía visible por la noche. Agarró
el farol, se cubrió con la negra mantilla y cuando llegó al cementerio ya era
de día.
Querido amigo, vaya peripecia la de esta mujer por dar un poco de luz al mundo, me has hecho sonreir. La imagen me recuerda a las cobijás de Vejer de la frontera, lo mismo el atuendo es para protegerse de tanta luz. Un beso.
ResponderEliminarSiendo gaditana tenías que reconocer la imagen,me pareció adecuada para ilustrar el micro, aunque el texto en si puede valer para otros muchos lugares. Besos
EliminarMe ha gustado mucho tu microrelato.
ResponderEliminarLa buena mujer lo intentó hasta lo último, lástima que pase el tiempo ya rápido que de nada la sirvió.
Un beso amigo JR
Gracias, María, por tu visita y comentario.- Un abrazo
EliminarTal vez fue lo mejor.
ResponderEliminarDe noche no todos los gatos son pardos.
Abrazos
Cosas del destino, Vero. Gracias por asomarte a este ventana. Besos
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