Dejé crotoreo en la memoria
y tordos en la
casapalmera,
vine a recobrar el runrún
que fluye
sobre el asfalto,
tan cerca estoy de los muros
que saben de mis suspiros
que puedo oír al respirar
de sus trasnochados poros,
allí mora aquel estanque
que nunca supo dibujar la secuencia
de tu
voz,
el joven ciruelo que aspira
abrazarte con tus ramas
y la
vidriera que comparte
los destellos luminosos
de
tu iris.
En el pasillo profundo
ya
puedo verte,
me estremezco con mi piel,
miro a la campana, a la iglesia
y a la bandera de la puerta
¡por fin tu mirada!
Bocanada de aire, blanca mariposa
laurel que cobijas
las
plumas del mirlo de incrédulos soles,
el hacha indolora castiga
el
jardín
donde tus pasos dejaron
la
huella
que marca mi antebrazo.
Sufre la jacaranda, el pacífico, la acacia,
sufre el árbol del amor.
Del amor,
con sus hojas quiero envolverte
en un otoño lluvioso
hasta que broten rosadas
en
verde tallo
las horas que te debo de mi ser.
Que bien escribes y me haces sentir lo que extrañas
ResponderEliminarlo que no tienes mas de algún modo
Eres transparente cuando escribes y comentas
Dejas ver entre tus letras lo mucho que has amado y vivido intensamente tus momentos..
Gracias por tu maravilloso comentario
Un abrazo desde Miami
Gracias, Mucha, tus palabras reconfortan mis ansias literarias. Un abrazo
ResponderEliminarLas lluvias de otoño siempre hacen que los brotes sean fuertes.
ResponderEliminarArraiga y crece.
Besos.
La lluvia es tantas veces un lujo, que cuando llega, bien merece un reconocimiento poetico. Besos, amiga.
ResponderEliminarBuscamos el arrullo del sol y los pájaros, la canción de la lluvia y el viento, el cáliz del amor para brindar. Un gran abrazo, amigo José, quién sabe que nos deparan estos senderos que confluyen en otra primavera.
ResponderEliminarGracias, Maria José, por la visita. Un abrazo
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