Te confieso que he pecado
contra el décimo mandamiento,
derramé todos mis besos en el brocal
ardiente de tu cintura
—pómulos de carnaval—
dejaste corretear mis dedos
por el entresijo de tu piel de nácar,
se me durmió la lengua
escalando a pulmón libre
la nívea geografía, oasis de mis ansias
y sentí posarse
una mariposa iphiclides libando despreocupada.
El interior de mi cuerpo
era volcán, lava, fuego.
Ni triste uniforme de invierno
ni aroma de recatados vaqueros,
piel con piel,
febril lucha grecorromana
batalla henchida de labios
rebosantes de salina.
Nunca fue mi mano tan diestra.
Abejarucos en vuelo
buscan donde cobijarse,
su voz me resulta conocida.
Si debo pagar estoy dispuesto,
mi caballo enjaezado.
Mándame cerca del mar,
allí donde las dunas me recuerdan
tu ardiente figura.
J.R. Infante
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