Yo no llevaba entre mis manos
el frío manillar metálico
de los nervudos ciclistas,
ni lucía prenda alguna
de llamativos colores.
Nadie gritaba ¡arriba, arriba!
Y en cada curva
encontraba,
envuelta como regalo sorpresa,
otra curva,
con su peralte,
su tanto por ciento
y su charco de sudor.
Maillot verde, rosa, oro
¿amarillo?
Extiendo mi mano al frente
y noto la húmeda espalda
de una manta de lana
y más adelante un refugio
por el que transitan vacías
una tras otra las sillas
—procesión de cirios apagados—
y junto a ellas una leyenda:
Baqueira Beret.
Una hilera de brazos al aire,
sembrados en la cuneta se movían a mi voluntad
empapándose de lluvia,
hasta llegar al gran Arco
donde aguardaba la gloria
de un día de alta montaña.
Suena rítmica la guitarra
y la voz rota
de mi tierra;
ya veo nubes y pizarra,
allá diviso mansiones
remontes de ida y vuelta,
veo las copas de los abetos
en perfecta formación.
El valle me va tragando
devolviéndome a la arena,
en la ribera del río
y en lo alto
se asentaba Baqueira.
Las grandes alturas me producen vértigo, amigo, ya quisiera volar como las águilas. Con este poema viajo con la imaginación muy alto hasta posarme en tierra suavemente. Lo he recorrido todo de tu mano. Un abrazo, José.
ResponderEliminarMe alegro de ese acompañamiento y que lo disfrutes. Un abrazo.
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