¿A qué sabe la vida
refugiado en un restaurante?
Tropiezo cada dos minutos
con una gabardina inerte,
con una lámpara que me ilumina.
Hablo contigo cual ave de paso
que sabe
de lo fugaz de su presencia.
No venteo el puchero
ni te veo el pelo desaliñado;
nos proveemos
de un bono trimestral
con postre gratis.
¿Qué fue de aquella niña,
de aquel pasillo,
de aquellos gatos?
Naves espaciales de vientre negro
cubren mi cielo
y no puedo echar anclas,
no toco fondo.
Las granadas de mi cercado
las comen los gorriones
mientras esperamos al mêtre
endulzándonos los sentidos.
Serena barca que fondea
en playa de oro
—la perpetua—
donde no consigo arribar;
no me responden los brazos.
A tu planta me postraré
y lucharé cual caballero
contra robóticos molinos.
Mándame lidiar con dragones,
anuda tu pañuelo verde
en el extremo de mi lanza,
recibe conmigo el té
bajo el cerezo que sembramos
lejano del menú del día
y
meseros engominados.
Arruillo, hacía mucho que no te leía y me he llevado una grata sorpresa al hacerlo, pecioso poema, hace años...escribías pequeños relatos, o cuentos cortos , te felicito, me ha gustado el poema
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Carmen, por tu visita. Hago de todo un poco, lo importante es estar ahí. Un abrazo
EliminarUna bella replica al quijote. Excelente José. Abrazos
ResponderEliminarGracias Nuria. Un abrazo
EliminarMe ha gustado mucho el poema, y la elección vital que hay en él. Un abrazo, José.
ResponderEliminarGracias, Luisma, siempre tan atento a mis escritos. Un abrazo
EliminarEl poema es una delicia.
ResponderEliminarMe gusta cómo juegas y expones el escenario, los recuerdos y el vaivén del alma de quien es Quijote.
Muy bien llevado, amigo. Te felicito.
Abrazo.
Gracias, Vero. Seguiremos luchando contra los gigantes y sus trabas. Seguimos en cotacto. Un abrazo
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