Los gatos desenfundan
sus acerados sables
y trepan por la corteza del árbol.
Al piano la vecina
interpreta a Vivaldi.
Tú llegas a la estancia
desmoronada de horas
y corres a impregnar tu cara
de interesados ronroneos.
Cayeron a tropel los besos
en el Dowjons de las doce
y la barba propagó ortigas
cuando el sol se tornaba rojo.
Por la ventana irrumpe
un allegro impetuoso,
los gatos saltan a dúo
entre tus desnudos pies;
poco importa el peinado
ni el colorete de tus pómulos;
llegará otro mochuelo
a ocupar la vigilia del felino;
yo seré fiel a tu mirada
y al sendero que me conduce
a lo alto del ciruelo
donde anida el pinzón
y esquiva la zarpa del gato.
Allegro molto
que traspasa el doble acristalamiento
y combate los aguerridos tubos,
pareja eterna del asfalto.
Minúsculos pelos florecen
─esparcidos al aire─
entre surcos de lana
y lánguidos prados de terciopelo.
Torna el piano a su reposo,
nadie ovaciona
y la vecina
pliega su cuaderno de notas.
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