Cuando camino sin premura
entre los chopos del valle
viene lozana a mi memoria
tu eminente figura.
Sufro porque no alcanzo
a colindar tu tez de niña
sin cubrirme las manos
de zarzales y moras.
Aquellos copos te vistieron
con un manto de reina
y a mí me transformaron
en sumiso vasallo
que ríe tus risas
y llora tus llantos.
¿Aprenderé algún día
a desliar la hebra de hilo
que aleja tu reino del mío?
Sobre mis hombros no descansan
picados eslabones
ni chirriantes grilletes;
puedo ver la blanca luz
saltando en las acículas
entre arenas de coral,
por eso quiero comprender
este silencio que atraviesa
mis horas lejos de ti,
dejándome pegado al folio
como a un post hit amarillento
que se apila en oblicuo
junto a un sin fin olvidados.
Por las riberas deambulan,
del viejo río ya marchito,
por tantas vidas desahuciadas
desde que lo desheredó el mar.
Allí espero a la tórtola
que portará en su pata
el plano, marcado a tinta,
donde mañana nos veremos.
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