El bichito ascendió por el orificio nasal y una vez dueño de la situación se dedicó a jugar al escondite inglés. A la de una, abrió el contenedor de mocos y por el puente de dos ojos se deslizó una y otra vez en unión de su familia. A la de dos, fabricó dos tapones de cerumen y dejó a la máquina incomunicada con el mundo de los sonidos. A la de tres, se dedicó a clavar punzones en la garganta, se agarraban unos a otros y el juego consistía en evitar una expulsión más allá de los dientes. Hasta que fue descubierto, pero para entonces ya habían pasado siete días.
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