martes, 14 de abril de 2009

La Encina Gorda (1)


49 Gon, tu amiga Aires de crisol quiere que le des algunas explicaciones sobre el asunto de las cofradías, pero le tienes que decir que hoy no puede ser porque este espacio…, lo sé, Alba, comprendo que tenemos que dedicar el espacio…pero mañana, mañana será otro día, Gon, mañana será otro día. Ahora vamos a la tarea, antes que se nos enfade el jefe:



LA ENCINA GORDA (1)


Νunca pude imaginar que ese fuera el final de la encina, pero a veces los árboles que están ahí, donde todo el mundo los ve y no pueden echar ramas a sus raíces, y salir corriendo cuando barruntan algún peligro, pagan las consecuencias de ser meros observadores de lo que ocurre a su alrededor. Y ocurrió...
—Sebastián, ¿tú crees que Manuela terminará por echarme cuenta algún día?
—Yo que sé, Felipe. Es más estrecha que toas las cosas y además yo creo que le gusta otro.
— ¿Otro?
—Si otro, eso no debe extrañarte ¿o es que eres tú el único mocoso disponible en el pueblo?

La encina disponía frente a ella de una extensa pradera, donde antaño venían los mozos del pueblo para jugar al fútbol, al ser aquel lugar el único más llano que había en los alrededores, y en la época primaveral se cubría de un manto verde, que bien parecía la cancha de un campo de los de primera; eso si, en lugar de postes y travesaños, dos buenas piedras formaban el límite de las porterías; las piedras y la vista del arbitro de turno, que para dar por válido los goles tenía que medir la altura del portero, antes de que comenzase el partido. El espectáculo era seguido por gran parte de los parroquianos, que cubrían los dos kilómetros desde el casco urbano con todas las ganas del mundo, porque era divertido ver a aquellos mozalbetes corretear detrás del balón en paños menores. Los más jóvenes y en edad de merecer – como sería el caso del abuelo de Felipe –, aprovechaban la oportunidad para estar cerca de la amada de turno. La encina, con sus enormes brazos abiertos, cobijaba como si de un gigante se tratase a todos los que se arrimaban a ella. Algunos trepaban por sus grietas y no tenía inconveniente en sufrir unos cuantos cortes en su corteza, si aquello servía para que pusiesen allí los pies, y les fuese más fácil subir y bajar de ella. Vida de árboles.
— ¿Dime quién es Sebastián, que le voy a coger por el cuello y lo voy a dejar como un higo seco?
— ¿Y qué? ¿Con eso conseguirás que ella te quiera? Lo que tienes que hacer es portarte como una persona normal, y acercarte con buenas maneras y no a lo bruto. Yo la conozco y sé que le gustan las cosas finas.
— ¿Y quién me dice a mi que no quiera darme celos con ese?
—Puede ser, pero tú tienes que ser inteligente y aprovechar cualquier momento, para hacerle ver que te gusta y que quieres buen rollito y nada de tonterías.

.../...Continúa en La encina gorda (2)

1 comentario:

  1. Arruillo, para mí también los árboles son fuente de inspiración, es muy amena tu forma de relatar,
    sobre "Megustaescribir", sí, me llegó hace un tiempo la invitación, miré la página y está muy funcional, pero me pasa que por ahora tengo poquito tiempo y pienso que si te dedicas a esto: hay que dedicarle tiempo, no sólo a los propios blogs sino también a las amistades! ¿cierto? un abrazo

    ResponderEliminar

¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?