EL BURGO
11 de Octubre de 1996
Luego de tres largos años de ausencia, se inicia para mí una
salida de fin de semana donde partimos desde Sevilla E., P. M. y yo,
cargados de gente y equipaje, para recoger en el camino a M. G. y sus hijos.
El viaje es relajado hasta Ronda, donde se inicia un rosario
de curvas que nos adentra poco a poco en unas cumbres desoladas y pedregosas,
cuya vegetación nos da idea de la proximidad de la Sierra de las Nieves.
Ascendemos hasta el Puerto del Viento (1190 m) para ir aproximándonos hasta el poblado,
en el cual teníamos el contacto que habría de llevarnos hasta la Fuensanta, nuestro lugar
de destino.
Un predispuesto motorista nos precede a los tres cuando el
manto nocturno y el frío nos dicen lo que nos espera. A poco más de un
kilómetro llegamos a un desvío de tierra, tragamos polvo por un tubo y llegado
el momento nos llevamos una desagradable sorpresa, ya que todos esperábamos un
refugio perdido en medio del monte y de repente nos encontramos con una
multitud de coches aparcados al borde del camino, propio de un merendero de fin
de semana. En medio del desaliento y de la noche descubrimos que hay agua –se
oye-, tiendas de campaña y muchos árboles.
Cuando tomamos posesión de la casa, comienza a cambiarnos el
semblante, puesto que nos hallamos una gran cortijada, adecuada como zona
recreativa, pero que nos proporciona la independencia suficiente como para
poder estar a gusto.
Una gran chimenea preside el rústico comedor y no
tardaríamos mucho en comenzar a ahumarnos. Visita por todas las dependencias
–la segunda planta se destina a dormitorios-, mochilas y bultos por todas
partes hasta que poco a poco nos vamos situando y nos sentamos todos alrededor
de la mesa para comernos la primera tortilla de patatas.
En el exterior descubrimos que la gente se lo monta
alrededor de la candela, que tenemos que compartir los servicios y que el agua
está fría como el carámbano. Como mascota, en esta ocasión figuraba “Chuti”,
fiel amigo lanudo de P. M. Terminada la cena nos queda como fin de fiesta
volver al poblado para recoger a R. y su “pontia”. Comienza así una especie
de juego de gato y ratón hasta que finalmente el habilidoso compañero da con
nosotros en medio de la oscuridad.
Como la noche estaba fría resulta algo movidita porque no
todo el personal llevaba buenos sacos para aguantar el tirón, pero se consigue
descansar, dentro de un orden, que en definitiva es de lo que se trataba.
Lo has descrito tan bien que me ha parecido que realizaba ese bonito viaje con vosotros.
ResponderEliminarFeliz fin de semana
Gracias, Julia, por tu presencia en esta página. Un abrazo
EliminarHola Arruillo, lo mejor de todo es vivir la aventura con tu buen humor.
ResponderEliminarBesos.
Claro que si, Conchi, que no falte la alegría a la hora de estar con los amigos.- Un abrazo
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