martes, 12 de septiembre de 2017

El día que fuimos a El Burgo




EL BURGO
11 de Octubre de 1996
Luego de tres largos años de ausencia, se inicia para mí una salida de fin de semana donde partimos desde Sevilla E., P. M. y yo, cargados de gente y equipaje, para recoger en el camino a M. G. y sus hijos.
El viaje es relajado hasta Ronda, donde se inicia un rosario de curvas que nos adentra poco a poco en unas cumbres desoladas y pedregosas, cuya vegetación nos da idea de la proximidad de la Sierra de las Nieves. Ascendemos hasta el Puerto del Viento (1190 m) para ir aproximándonos hasta el poblado, en el cual teníamos el contacto que habría de llevarnos hasta la Fuensanta, nuestro lugar de destino.
Un predispuesto motorista nos precede a los tres cuando el manto nocturno y el frío nos dicen lo que nos espera. A poco más de un kilómetro llegamos a un desvío de tierra, tragamos polvo por un tubo y llegado el momento nos llevamos una desagradable sorpresa, ya que todos esperábamos un refugio perdido en medio del monte y de repente nos encontramos con una multitud de coches aparcados al borde del camino, propio de un merendero de fin de semana. En medio del desaliento y de la noche descubrimos que hay agua –se oye-, tiendas de campaña y muchos árboles.
Cuando tomamos posesión de la casa, comienza a cambiarnos el semblante, puesto que nos hallamos una gran cortijada, adecuada como zona recreativa, pero que nos proporciona la independencia suficiente como para poder estar a gusto.
Una gran chimenea preside el rústico comedor y no tardaríamos mucho en comenzar a ahumarnos. Visita por todas las dependencias –la segunda planta se destina a dormitorios-, mochilas y bultos por todas partes hasta que poco a poco nos vamos situando y nos sentamos todos alrededor de la mesa para comernos la primera tortilla de patatas.
En el exterior descubrimos que la gente se lo monta alrededor de la candela, que tenemos que compartir los servicios y que el agua está fría como el carámbano. Como mascota, en esta ocasión figuraba “Chuti”, fiel amigo lanudo de P. M. Terminada la cena nos queda como fin de fiesta volver al poblado para recoger a R. y su “pontia”. Comienza así una especie de juego de gato y ratón hasta que finalmente el habilidoso compañero da con nosotros en medio de la oscuridad.
Como la noche estaba fría resulta algo movidita porque no todo el personal llevaba buenos sacos para aguantar el tirón, pero se consigue descansar, dentro de un orden, que en definitiva es de lo que se trataba.

4 comentarios:

  1. Lo has descrito tan bien que me ha parecido que realizaba ese bonito viaje con vosotros.
    Feliz fin de semana

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    1. Gracias, Julia, por tu presencia en esta página. Un abrazo

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  2. Hola Arruillo, lo mejor de todo es vivir la aventura con tu buen humor.

    Besos.

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    1. Claro que si, Conchi, que no falte la alegría a la hora de estar con los amigos.- Un abrazo

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