Luego de leer La guerra no tiene nombre de mujer, de
Svetlana Alexiévich, donde a uno se le queda la piel como si se hubiese pasado
un mes en el desierto, seca. Seca la piel y seco el espíritu de ver cómo esas
mujeres llevadas por patriotismos mamado en las escuelas, terminan en el frente
de batalla, en plena II Guerra Mundial, codeándose con los hombres reclutados a
pura fuerza. Luego de leer este libro, resulta hasta gratificante encontrarse
con películas como Cald War, a poco de terminada la contienda, pero con las
miserias que conllevó la misma, aún calentitas. Los avatares de una relación
amorosa, con la música como fondo argumental. Los escenarios tan próximos unos
de otros que casi se superponen: Mujeres que dejaron de ser tales, que
abandonaron sus juegos infantiles para dedicarse a la lucha más despiadada que
ha inventado el homo sapiens. La premio Nobel, Svelatna, recupera la memoria de
cientos de mujeres que narran lo vivido en primera persona, pasando por
episodios que de no ser por las circunstancias pudieran resultar hasta cómicos,
aunque tiene poco de cómico ese quitarse la vida a cañonazo limpio. Zula y
Wiktor (protagonistas de la película), dentro de lo que cabe, viven un amor
apasionado que nos mantiene en tensión hasta el último minuto. Los testimonios
de las mujeres que participaron en el frente ruso nos llevan a múltiples
reflexiones, y a plantearnos hasta dónde puede llegar la miseria humana que
permite que se den situaciones de esta índole, "No me sentía mujer. mi
organismo quedó muerto" -dice una de ellas. El organismo de Zula no estaba
muerto, pero si lo estaba su mente debatiéndose entre situaciones anómalas y
sin saber con qué carta quedarse. No cabe duda que la guerra es proclive a
historias para cansar al más insaciable de los lectores o a aburrir al mejor de
los cinéfilos, pero a mí lo que me da que pensar y mucho es en la especie a la
que pertenecemos: sapiens...Qué mal estamos dejando a Linneo con la elección en
la que fuimos encuadrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?