Sábado, 14 de Febrero de 1998
El comienzo de la excursión “Gurumelada 98” tiene lugar el viernes cuando partimos desde Sevilla, a lomos de cuatro vehículos: E. Corona, L. González, I.Vázquez, J. C. Rodríguez, R. Rodríguez, M.Galey, M.Guillén, M.Fernández, P. Martel, M.Lasheras, J. A.Galey, P. Carballido, Pepe Rodríguez, Cania y Scoty (perros).
Vamos en dirección a Paymogo. Tomamos contacto con la villa y llegamos hasta la Calle del Barrio, 40. Allí le damos aposento a los novatos en las dependencias de “el doblao”. La primera noche hay chimenea, bingo, cartas y charla hasta las dos de la mañana.
Al día siguiente tostadas en las brasas de la noche anterior, podada de naranjos del patio y vueltecita a las inmediaciones de los Pagos de Sierra para mostrar a la gente dónde se halla Portugal, Santa Bárbara, La Peña y El Jarrillo. Charlamos sobre los usos del campo y su evolución, del trigo, de la cebada, de la “goma”, de los gurumelos y de los espárragos.
En este punto, P. Martel y M. Guillén nos muestran sus habilidades recogiendo un frondoso ramillete a los que prometemos dar buena cuenta al día siguiente. Las ovejas están paridas; las cigüeñas se les ve con ganas de ampliar la colonia y Cania recibe una lección de lo que no se debe hacer cuando un mulo pasta plácidamente en un cercado.
Una buena comida en el patio de la casa, y nos disponemos a emprender la búsqueda del gurumelo, guiados por la experta mano de Manuel Infante, que de esto sabe un rato. Nos dirigimos en coche a la finca correspondiente, sita en el Segundo Albahacar, y una vez allí nos desplegamos en cuadrillas tras recibir unas ligeras indicaciones de que es lo íbamos a buscar.
La encinas y la tierra cubierta de verde nos brindan su hospedaje, pero por más que lo intentamos no conseguimos más que encontrarnos “gurumelos de perros”, según la denominación popular, y agujeros como muestra de que alguien los había extraído. Eso si, P. Martel se dedica a plantar bellotas, los perros a bañarse y el personal poco a poco va decayendo en su ímpetu de dar con las ansiadas “cruces” premonitoras de las sabrosas setas.
Mientras tanto el guía aumenta su cosecha y los principiantes ni los huelen. Al final se llega a un acuerdo y a menos cae de nuestra parte algo así como un kilo, para poder degustarlos como mínimo.
La tarde-noche discurre visitando las calles del pueblo y cenando en un bar dónde —sirva de anécdota—, no sabían la diferencia entre un croqueta y una albóndiga. Antes de las 24h. todo el mundo cae derrotado en la cama.
Qué envidia sana, querido amigo. Normal que os cansarais del trote pero apreciada salida. Abrazos
ResponderEliminarUn abrazo, Nuria.
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