Dejé que el águila imperial
se adueñara de mis ojos,
que empapara mi retina
con el frescor de las cumbres.
Mi cuerpo
—como un autómata—
vagaría por senderos perfumados
de azucenas;
mis pasos son leve mota
de polvo
que se desliza
por el cristalino acuoso,
rozo el borde de las píceas
con la yema de mis dedos
y me enfrento
a la parca
con la furia del soldado
que un día habitó
este bosque,
bañado hoy por el Sol.
¿Qué soy yo si mi sombra
apenas cubre
el hogar
de la incansable termita?
Si un ejército de abedules
me están sembrando el oído
con el Domine Jesús Christi
de Wolgang Amadeus Mozart.
Los picos de Els Encantats
se reflejan en la pupila
del águila
—que son los míos—
mientras dejo que mis pies
—desprovistos ya de botas—
se midan con las pisadas
del grácil sarrio
que anoche
burló la mira telescópica
que aguardaba su presencia.
Un placer pasar y leer tan bello poema Arruillo. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias a ti,Conchi. Un abrazo
ResponderEliminarUna maravilla. Y ese ritmo que lo asemeja a una melodía.
ResponderEliminarGracias, Amparo, por dejar tu comentario. Un abrazo
EliminarBellísimo José, un abrazo
ResponderEliminarGracias, Nuria. Me alegro que te guste. Un abrazo
EliminarArruillo, no te conocia en el arte grandioso de la poesía, me has emocionado, antes de que yo abandonara por largo tiempo mi blog, solo cinicñi pequeñps cuentos, historietas en las que de alguna forma yo particioaba
ResponderEliminarno te imaginas cuanto me ha gustado
Un abrazo
Carmen
Hago lo que puede, Carmen. La narrativa, la poesía,por ahí me defiendo, el asunto es expresarse de la mejor manera posible en la que se puedan transmitir los sentimientos. Gracias por tu comentario. Un abrazo
ResponderEliminarvery nice thankss
ResponderEliminarGRacias, Marina
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