No me queda otro remedio cada verano que acordarme de los
bosques, de la manía persecutoria por la que le ha dado al hombre contra ellos.
No puede pasar una temporada de estío sin que tengamos que estar, en los
noticiarios, pendientes de algún gran incendio. Ya sería suficiente con las
miles de hectáreas que se van quemando, a base de pequeños focos diseminados a
lo largo y ancho de la Península. Así que este año se ha dado el salto a las
islas afortunadas y Gran Canaria ha sido pacto de las llamas por negligencias
humanas, acompañadas de la mala leche habitual de los incendiarios de turno.
Este año que, dicho sea de paso, he tenido la oportunidad de estar por primera
vez en mi vida en la isla de Tenerife, y comprobar con mis propios ojos el gran
tesoro forestal que albergamos en esa parte tan alejada del resto de España. Y
por si esto no fuera poco, en estos días es noticia Amazonia, el fuego y la
deforestación; ese gran pulmón verde que seguimos empeñados en destruir. La
Tierra no tiene nunca prisa, su tiempo en lento, pero la Humanidad parece
empeñada en hacer reversible las buenas relaciones que tenemos con ella y no
hace más que acelerar el proceso de autodestrucción. Ahora que el G7 anda
reunido sería un buen momento para que nada de esto pasase desapercibido y se
pudiesen sentar las bases de un futuro algo más esperanzador del que se perfila
por las muestras ofrecidas.
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