Apareció una mañana junto a
los contenedores de basura, sin que nadie en los bloques vecinos supiese de
quien era. Pasó una pareja de novios, la examinaron delicadamente y al verla
tan reluciente pensaron que era una broma con cámara oculta, y decidieron
dejarla donde estaba; pasó un señor mayor y tras comprobar que las ruedas se
encontraban en perfecto estado y pasear con ella un trecho, volvió a dejarla en
su sitio porque ¿a dónde iba a ir él con ella? Pasaron unos jóvenes que la
pusieron en mitad del acerado y saltaron y saltaron por encima de ella con sus
patinetes; por no cargar con ella la volvieron a poner junto a los
contenedores; con las sombras de la noche, un cartonero buscó y rebuscó por
entre sus múltiples bolsillos hasta encontrar un fajo enorme de las antiguas
pesetas, pero lo dejó todo como estaba porque si lo mueve de allí, seguro que
acaba enchironado; llegaron los basureros pero consideraron que era una pena
enviar al camión una maleta tan nueva, mejor la dejarían por si le servía a alguien;
pasó un perro que hizo un intento de mearse en ella, pero al oler a nueva,
desconfió y prefirió alzar la pata en el árbol de costumbre... Pasaron y
pasaron, hasta que un día, triste y descolorida por tanto infortunio, se le
reventó el vientre y soltó todo el lastre de billetes ─que se llevó el viento─.
Esa tarde una pareja de enamorados dieron con ella y pensaron que con un par de
zurcidos y un poco de tres en uno, tendrían la valija ideal para el viaje que
pensaban hacer.
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