domingo, 11 de agosto de 2024

Capítulo 1 de La Casa Deshabitada

                                 Así comienza del Capítulo 1 de la novela La Casa deshabitada  

Conocí a Medardo a través de Internet, a pesar de que los dos teníamos  relación con Albarrasa, el lugar donde se desarrollaron los trágicos acontecimientos que me dispongo a contar. Pero las circunstancias personales de cada uno y también la diferencia de edad —por qué no decirlo—, hicieron que de su estancia por mi cuna de nacimiento tuviese él más noción que yo mismo. Supongo que me vería como una persona extraña que tan sólo aparece por el pueblo en el verano, las navidades o la Semana Santa y no siempre a tiempo completo, ya que mi familia tenía tendencia a desplazarse a la playa cada vez que el tiempo lo permitía. Y esto —no me duelen prendas al reconocerlo—, estaba al alcance de muy pocos en la localidad, en la que el sustento diario dependía de las horas de trabajo que se echaban mientras alumbrase el Sol. Aún así, a mí me gustaba relacionarme con mis paisanos y los puntos de encuentro giraban en torno a la plaza en la que jugaba la chavalería, mientras que los adultos departían en torno a una copa de vino y una charla animada sobre las mil y una peripecias que a cada cual se le ocurre, sobre todo cuando van pasando los años y cada vez nos vemos menos. Sé —porque él me lo ha contado— que hubo una ocasión en la que participé en una obra de teatro que una tía mía, muy dada a los entremeses de los hermanos Álvarez Quintero, había montado para deleite de la gente del lugar, poco propensa a moverse de los límites del término municipal. Parece ser que Medardo tenía algún pequeño papel —a la sazón contaría con diez u once años— y a mí me correspondía hacer de persona mayor o de galán, que para el caso es lo mismo. Lo cierto es que el muchacho quedó prendado de mi interpretación y a partir de ahí me convertí en su ídolo. 

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