Se cuenta que en aquella
urbe donde el sol brillaba con radiaciones de azahar y un día la poblaron los
moros, sucedió una mañana que al ser depositados los paquetes de periódicos en
el lateral del kiosco de la calle Feria, se produjo un hecho histórico que paso
a relatar:
Por un fallo en el sistema
de embalaje habían llegado calentitos y sin atadura ninguna, por lo que en el
intervalo hasta la llegada del kiosquero, se produjo un tráfico inusual de
ideas que terminaron por convertir las distintas corrientes de opinión, en un
río de tinta a cada cual más calamitosa. Los artículos estaban llenos de
tachaduras, faltaban palabras que habían sido sustituidas por iconos o siglas
que no venían a cuento, y no había una sola firma a la que no se le hubiese
añadido alguna coletilla malintencionada, o no se le hubiese recordado su
pasado rojo, verde o amarillo, según los casos. Las editoriales quedaron
reducidas a espacios vacíos de contenido o con letreros del tipo: “Cerrado por
defunción” “Se vende” “Ni contigo ni sin ti”. Las esquelas mortuorias fueron
vilmente manipuladas, habiéndose cambiado el nombre de los finados por
reconocidos personajes públicos...Desde ese día, los periódicos en ese kiosco
se depositan sin atar y se les da sus minutos de reposo para que el éxito de
ventas siga subiendo.
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