Septiembre, en estas tórridas tierras del sur, es como una
ventana que se abre en nuestra frente, luego de haber quitado el cartelito de
“cerrado por vacaciones”. Es un mes que se presta a que…
En medio de la lectura de
La luz que no puedes ver de Anthony Doerr,
me llegan a diario esas impactantes imágenes
de los refugiados y uno ya no sabe para dónde mirar con tal de encontrar un
poco de paz en su propio espíritu. Nací en la posguerra, viví en la dictadura
de juicios sumarísimos, padecí la irrupción de ETA y más tarde los atentados
yihadistas —o cómo queramos llamarle— y mucho me temo que moriré sin que el
mundo civilizado haya avanzado un ápice en la posibilidad de convivencia
pacífica de los seres humanos. No es que esté amargado, pero es para estarlo.
Bajo este panorama, uno trata de sobrevivir. La lectura
ayuda mucho. La escritura también. Por eso estoy embarcado en un proyecto
novelístico que me mantiene la mente abierta y ocupada, al que dedico menos
tiempo del que quisiera, pero que sigue avanzando, que es lo importante. Mi
constancia me da la seguridad de que terminará por convertirse en una novela,
tarde o temprano, no tengo prisa.
Y no la tengo porque, a estas alturas de mi vida, nadie me
presiona para que tenga terminado nada. Escribo por puro placer. Ahí están
Cuando los bosques mueren
(Editorial Amarante) y Una parada obligatoria
(Círculo Rojo), que
fueron dos libros que vieron la luz, porque así lo quiso el destino y que el
tiempo dirá hasta dónde pueden llegar. No me preocupa. En cartera hay otros
manuscritos esperando su oportunidad: relatos, poesía. En algún sitio leí no
hace mucho que tendríamos que leer más y publicar menos, así que eso me
tranquiliza bastante, porque comparto esa idea. Sobre todo lo que hay que
cuidar hasta el límite es la calidad de lo que se publica. Todos podemos tener
grandes ideas en nuestra cabeza, pero luego hay que transmitirlas al menos con
la decencia que el lector merece.
Por otro lado están nuestros blogs para desahogarnos. Amén
de constituir un elemento de comunicación, de conocer a mucha gente
interesante, nos permiten transmitir nuestros pensamientos a través de las
tareas que cada cual se tiene impuesta. Es como ese cafetito diario, que tan
bien sienta cuando se tiene a alguien enfrente para dialogar.
Por eso —y por otras muchas cosas—, necesito del contacto de
la gente de bien. De todos vosotros, que a menudo pasáis por aquí y del resto
de terrícolas con ganas de caminar juntos en medio de un mundo individualista
por excelencia.