viernes, 18 de septiembre de 2015

Un congreso de altura


El aire desplaza el polen de los álamos que impávidos se agarran dónde pueden para no acabar bajo la escoba del barrendero. La escoba envidia a los álamos porque jamás alcanzará su altura y el barrendero desprotica de los árboles que no hacen más que ensuciar el suelo. Así que cuando se celebró el Congreso de Brujas, a mediados de la primavera, a Juan, barrendero del barrio, se le ocurrió la feliz idea de invitar a todas ellas a néctar de madroño… ¡daban unos saltos!

jueves, 10 de septiembre de 2015

Abierto por necesidad


Septiembre, en estas tórridas tierras del sur, es como una ventana que se abre en nuestra frente, luego de haber quitado el cartelito de “cerrado por vacaciones”. Es un mes que se presta a que…
En medio de la lectura de La luz que no puedes ver de Anthony Doerr,  me llegan a diario esas impactantes imágenes de los refugiados y uno ya no sabe para dónde mirar con tal de encontrar un poco de paz en su propio espíritu. Nací en la posguerra, viví en la dictadura de juicios sumarísimos, padecí la irrupción de ETA y más tarde los atentados yihadistas —o cómo queramos llamarle— y mucho me temo que moriré sin que el mundo civilizado haya avanzado un ápice en la posibilidad de convivencia pacífica de los seres humanos. No es que esté amargado, pero es para estarlo.
Bajo este panorama, uno trata de sobrevivir. La lectura ayuda mucho. La escritura también. Por eso estoy embarcado en un proyecto novelístico que me mantiene la mente abierta y ocupada, al que dedico menos tiempo del que quisiera, pero que sigue avanzando, que es lo importante. Mi constancia me da la seguridad de que terminará por convertirse en una novela, tarde o temprano, no tengo prisa.
Y no la tengo porque, a estas alturas de mi vida, nadie me presiona para que tenga terminado nada. Escribo por puro placer. Ahí están Cuando los bosques mueren (Editorial Amarante) y Una parada obligatoria (Círculo Rojo), que fueron dos libros que vieron la luz, porque así lo quiso el destino y que el tiempo dirá hasta dónde pueden llegar. No me preocupa. En cartera hay otros manuscritos esperando su oportunidad: relatos, poesía. En algún sitio leí no hace mucho que tendríamos que leer más y publicar menos, así que eso me tranquiliza bastante, porque comparto esa idea. Sobre todo lo que hay que cuidar hasta el límite es la calidad de lo que se publica. Todos podemos tener grandes ideas en nuestra cabeza, pero luego hay que transmitirlas al menos con la decencia que el lector merece.
Por otro lado están nuestros blogs para desahogarnos. Amén de constituir un elemento de comunicación, de conocer a mucha gente interesante, nos permiten transmitir nuestros pensamientos a través de las tareas que cada cual se tiene impuesta. Es como ese cafetito diario, que tan bien sienta cuando se tiene a alguien enfrente para dialogar.
Por eso —y por otras muchas cosas—, necesito del contacto de la gente de bien. De todos vosotros, que a menudo pasáis por aquí y del resto de terrícolas con ganas de caminar juntos en medio de un mundo individualista por excelencia.