Alguien vino a situarte
en el ojo del huracán,
para que el paso del otoño
no tuviese otra visión,
que tu imagen inserta
en la corteza de un quejigo.
¿Quién me ha robado
el mes de Abril?
—silba el poeta—
y en el tejado la lechuza
se lamenta de su ventura.
¿Dónde está la montaña mágica,
dónde mi percepción temporal?
No soy más que una débil huella
pronto cubierta de hojas.
¿Por qué me sosiega tu risa
y me siento alminar al responder
por tus éxitos académicos?
Pienso en mí a través de ti
y en esta prueba de relevos
sin público en las gradas;
reposo mi pastosa espalda
en rígida silla de enea.
No hay calle melancolía
porque transitó ya ese fotograma
—fiesta final de curso—.
Ahora estamos cincelando
otros versos, otra vida
entre intros de teclado
y pixeles
de alta resolución.