lunes, 25 de febrero de 2013

Peña Geraldo

332 ¿Ayer dónde estuviste, Gon?, ¡ah, qué placer Alba!, ¡qué día más bueno!, pero no iba a ser el día más frío del año, eso te pasa por ver tanta tele, ¡vale, vale!, pero ¿dónde fuiste?, a un lugar próximo a Valverde del Camino que se llama “peña Geraldo”, y ya te digo, Alba, un día espléndido, ¡vale, vale!, no me lo repitas más, de acuerdo, oye, me ha dicho D. José que se va a organizar una Tertulia en Sevilla en torno a PsP, no me lo puedo creer, pues créetelo Gon, con las ganas que tiene ese hombre de involucrarnos en una tertulia, queda dicho, ya veremos lo que da de si, mejor me callo, Alba, ¿qué tal tus museos?, no mucho que contar, Gon, estuve el sábado en el Centro de las Artes y en la Casa de las Ciencias, ¿qué tal?, en el primero vi unos acrílicos que se te ponen los pelos de punta, ¡no me digas!, imagínate unos cuadros de tres metros de rostros que daban miedo, ojú que valor, ¿y no te asustaste, Alba?, ¡qué cosas tienes!, tampoco era una película de Hitchoch, Gon, aunque mucho más relajante fue la segunda visita, en medio de tantos bichitos tan pequeños y tan abundantes que nos hacen ver lo poco que somos, ¿nosotros?, si claro, Gon, nosotros y todo el género humano, que al final dependemos de ellos, ¡ah, la vida!, oye, ¡qué bien tocaban los acordeones nuestros amigos Manolo y Basilio, y hablando de amigos, Gon, Trini espera el siguiente capítulo de tu relato de inspiración bonaerense, todo llegará, Alba, todo llegará, ¿y tú, terminaste “La gran casa”?, terminé de leer a Nicole Krauss y la verdad es que me ha gustado, mañana lo veremos, así es Gon, mañana lo veremos…

martes, 19 de febrero de 2013

La conversación (1)

331 Se nos está complicando el asunto de los spam, ya lo creo Alba, y lo peor es que a Trini le cuesta trabajo superar el escudo y a Vero le da problemas quitarlos, ¿pues sabes qué es lo mejor, Gon?, dime, que les pongas un relato nuevo, ¡ah!, siendo así…
LA CONVERSACIÓN (1)
Paseaba con los perros como si llevase atado un trineo, que se deslizaba por los pasos de peatones sin obstáculo alguno. Frente a él una plaza de apagados verdes y rincones terrosos, con excrementos del día anterior, le esperaba para soltar a los animales. No muy lejos la chica rubia que desde hacía una semana coincidía en lugar y espacio, y a la que no había dirigido ninguna palabra, porque tenía miedo de recibir un no por respuesta. ¿Un no? Pero si aún no le había pedido nada, ni tan siquiera la hora, ya le iba a negar algo. Con el miedo que tenía a ser rechazado, no soportaría ni eso. La luz del atardecer era cada vez más oscura, y las farolas del parque comenzaban a emitir los primeros destellos, esos que aún no se perciben como no sea fijándose en el cristal ahumado de las mismas. Unos gatos – esos pequeños felinos que tanto irritan a los perros – estaban en la parcela de al lado, mirando como se las tenían que apañar aquellos chuchos bonaerenses, que cada día llegaban en oleadas y se ponían a corretear los más afortunados o a ladrar los más desgraciados. Ellos desde su atalaya, a salvo de cualquier contingencia permanecían estáticos, como el joven de largas patillas y la rubia del móvil con luces fluorescentes. Los jóvenes se miraban de reojo, pensaban en la manera de dirigirse la palabra, pero no encontraban la forma adecuada. De pronto uno de los perros de la recua del muchacho, escapó de su amarrijo y se lanzó como un corredor de élite contra la verja que los separaba del dominio de los felinos. La joven abandonó por un instante su obsesiva charla, y pensando que se trataba de un animal de su tutela corrió tras el perro como si le fuese la vida en ello. Otras personas que se encontraban cerca, se quedaron mirando la secuencia imaginando una escena que se viviese a cámara lenta, cuando en realidad todo estaba discurriendo a un ritmo frenético. Unos niños que jugaban al fútbol en el césped, lanzaron un boleón tremendo y corrieron en sentido contrario, creyendo que se les venía un tropel encima, pero enseguida se dieron cuenta que aquella película no iba con ellos y se pararon a contemplar como acabaría la alocada carrera del perro y la chica rubia. Y acabó con el can ladrando como una fiera a los inofensivos gatos, que no se alteraron lo más mínimo, acostumbrados como estaban a que de vez en cuando apareciese por allí algún rabioso animal queriéndoselos comer. La joven hasta que no llegó a la altura de la reja, no se dio cuenta de que aquel peludo escandaloso era de otra recua. Ni se atrevió a tocarlo – dado su estado de excitación -, miró para atrás y observó que el joven de las patillas le hacía gestos indicándole que volviese sobre sus pasos, mientras él sujetaba como podía al resto de los perros, que con tanto jaleo estaban alborotados y nerviosos. Uno de los niños que jugaba al fútbol se acercó a la chica rubia y le entregó su móvil, dado que en su disparatada carrera había salido despedido y fue a parar cerca de donde se encontraba la pelota de fútbol.


—¡Graciela, boluda! ¡Contestá! ¿Pasá algo? – podía oírse en el móvil.

Sudorosa y casi sin saber a que atender primero, Graciela retornó a pasos ligeros mientras daba explicaciones gesticulando con la mano derecha y señalando la posición del joven de las patillas y la del perro causante de tanto estropicio. Cuando llegó a su altura trataron de darse explicaciones el uno al otro, pero lo más que consiguieron fue que se les pusiese la cara roja, aunque esta circunstancia pasó desapercibida por la excitación del momento, que no se sabía muy bien si era debida al lío de los perros o al nerviosismo interior. No obstante Graciela fue capaz de articular algunas palabras y consiguió decirle al joven que en dos días estaría de nuevo por allí, ya que le tocaba la tarea en días alternos. Éste quedó pensativo, sin saber si le estaba diciendo que quería verlo, o que no se atreviese a volver a coincidir con ella. Recogieron sus pertenencias y cada cual marchó por su camino.

Pasó la semana, se cumplieron los días alternos y aunque el joven de las patillas no faltó ni un solo día a la cita, a veces con perros, a veces sin ellos, Graciela no volvió a aparecer por el parque. Sus temores se hicieron realidad y se quedó sin poder saciar sus ansias de entablar una conversación con ella. Una semana después él había entrado con un grupo de cómicos con los que trabajaba, a visitar el Teatro Colón y ella hacía labores de guía de tan singular escenario. Lucía un traje de chaqueta - de azafata -, con zapatos de tacón, medias de seda y un gracioso tocado adornado con trenzas. Al principio el joven no la reconoció, ni siquiera pareció prestar mucha atención a sus explicaciones, absorto como estaba en la contemplación de aquella enorme sala, con esos espejos que multiplicaban hasta el infinito el número de personas clonadas que podían observarse. Las lámparas, los cuadros, la balaustrada; todo le llamaba la atención como si fuese la primera vez que hubiese estado allí, cuando en realidad ya lo había hecho en otras ocasiones. Graciela se dio cuenta de su presencia y comenzó a mirarlo de soslayo de vez en cuando, procurando fijarse en sus ojos, pero éste – distraído – no era capaz de ver a la misma chica del Parque Las Heras. Tan sólo veía a una joven que daba explicaciones sobre el lugar que estaban visitando, y que decía como un latiguillo lo que se podía o no se podía hacer a lo largo del recorrido. Tuvo que ser otro de los integrantes del grupo quien le dijera:

—Che, boludo ¿de qué conocés a la mina?

—¿Qué mina? ¿De qué hablás?

—Vamos Leo, si no te quitá la vista de encima. Si vos no le prestás atención decidlo, ¡eh!, que yo estoy libre.

.../...Continúa en La conversación(2)

martes, 12 de febrero de 2013

Por el Cáucaso

330 ¿Cómo van esos carnavales, Gon?, casi no duermo, pero me estoy empapando, supongo que esto no quitará…¡eeehh!, ni lo menciones, Alba, me gusta la fiesta pero no dejo de dar el callo: ayer mismo le entregué al jefe la última entrega del encarguito de las plazuelas, ¡vale, vale!, ¿qué me dices de la foto 72?, la Antonio Porpetta, esa misma, me ha parecido una sorpresa, dado de quien viene, porque la de José Valle entra más dentro de la normalidad, ya lo creo, Alba, viene de la otra casa, hay una línea de continuidad y es más lógico, lo mismo te digo de la irrupción de Nelly, en fin… cosas propias de la actividad que nos da vida, ¡jolines, qué parrafada!, es que hoy estoy inspirado, Alba, dormido pero inspirado, así qué ¿qué más quieres saber?, pues ya puestos, háblame de María, de Vero, de Trini, de Fernando, ¡Fernando!, ¿no me digas que no sabes que ha estado por aquí Fernando?, no me había dado cuenta, ¡ves!, ya no pareces tan despierto, ¡qué dices!, anda, déjate de tonterías y vamos con algo más serio ¿tú como crees que se debe escribir: quillo o quiyo?, lo dices por lo que nos planteaba Nelly ¿no es cierto?, ajá, como ella plantea “quillo” es apócope de chiquillo, pero cuando yo puse en boca del protagonista la palabra “quiyo”, no la estaba escribiendo yo, sino que la estaba diciendo él ¿me entiendes?, creo que si, lo que hace falta es que nuestra amiga también lo haga, es cuestión de hablarlo con ella ¿no?, pues eso, ¿qué tal Tolstoi?, ya me queda poco Alba, después de “La muerte de Ivan Ilych”, este personaje montañés con el que ahora ando enfrascado me está deparando algunas sorpresas, ¿Hadyi Mura?, ese mismo, por cierto, Gon, eso guarda cierta similitud con “La leyenda de la fortaleza de Suram”, ¿y eso qué es?, la película del director Sergei Paradjanov, ¡qué cosas más raras ves, Alba!, pues tiene que ver con Rusia, lo mismo que tu libro, ¡ya, pero Tolstoi!, pero Tolstoi, pero Tolstoi…hay que conocer otros mundos, Gon, no te encierres, ¡de acuerdo!, pero después de los carnavales…¡ja,ja!...¡anda y que te zurzan!

martes, 5 de febrero de 2013

Presa en su recipiente

329 ¡Qué de gente por aquí, Gon!, han venido porque los he llamado yo, ¡ah!, pero hoy es mi día, ya lo se, Alba, así que Vero, Trini, María, Fernando y José Valle seguro que nos sabrán esperar…ahora vamos a la poesía:

PRESA EN SU RECIPIENTE











Presa en su recipiente

no puede impregnar

el papel.

La tinta tiene ansias

de poder.

Pero no sale.

no cuajan los

miles de intentos y

los ojos se encharcan,

los labios no se

despliegan.

El murmullo me

confunde y la

palabras

reclaman un espacio

que le es negado.

Una exposición antológica;

luces limpias que penetran

modificando la epidermis.

Versos

coronados de laurel

que retan leyes osmóticas.

Sólo la cálida voz del poeta

rompe mi marmórea frente.

Río azul en

el que patinan ingentes

tropas

de partículas.