viernes, 29 de diciembre de 2017

El tramoyista de Lorca


EL TRAMOYISTA DE LORCA.- María del Pilar Molina García //Círculo Rojo//
El libro comienza poniendo de manifiesto el amor de la autora hacia la figura de Federico García Lorca. Enseguida nos hace ver que los temas sociales le duelen en el alma: "El olor a lágrima se hace monótono". Triste realidad que cobra vida a través del verso. La guerra civil, la inmigración. Utiliza el masculino con frecuencia en sus composiciones, tal vez buscando la neutralidad a la hora de transmitir su poesía. En alguno de sus poemas encuentro bellas imágenes con gran sentido poético, caso de La clara raíz del frío o Cualquier voz hacia el horizonte, en otros me cuesta más entrar hasta el fondo de sus intenciones. "¿Acaso escuchas la música de fondo en girasoles?", queda reflejada cuales son las fuentes de inspiración poética. Canta a la libertad, canta a la vida, canta a la capacidad del poeta por encontrar lo que busca en la mera observación. El amor, como no: "Cualquier acierto futuro/será la mala versión/de lo mucho que intento vivirte". Muy bello ese "Canto", en siete versos todo un mundo. Me  llena mucho esos versos finales de Cuando yo te había: "¿Definir lo que nos une? Imposible/Eres infinitamente más hermosa/que cualquier explicación" y me parece un bello canto de amor el poema "Desde lo alto contemplo", "Franqueza", El taxista viaja de noche", "Y si no lo sabe". Cierra el libro con el soneto "De ti, el soneto", ante el que hay que descubrirse para admirar su perfección.

jueves, 21 de diciembre de 2017

El médico


Es la tercera vez que me encuentro con esta obra en sus diferentes formatos. Primero fue su lectura, de la que quedé maravillado conforme ha ido pasando el tiempo. En el año 2009, esta fue la impresión que me causó:
Resulta algo pesada su lectura con pasajes demasiados largos, que se alejen del conflicto principal. Al estar narrada de forma cronológica no hay ningún problema de comprensión y el devenir de la historia se asimila bien, pero insisto que para mi gusto, le sobran muchas páginas. La documentación del autor me parece excelente para poder meternos en ese desarrollo de la medicina tan particular de la época. Me engancha como siempre lo de épico que tiene la historia y el gran recorrido que lleva a cabo el protagonista desde Inglaterra hasta Persia y como sus ansias por aprender lo llevan a una formación tan difícil para una persona que viene de un mundo tan humilde. Se me queda un tanto colgado la idea de su gran descubrimiento en Persia que luego no puede desarrollar en su país de origen y el papel tan intrascendente de sus hermanos, de los que el lector vive pendiente toda la novela. Pero bueno, en global me parece buena lectura. La recomiendo.
Luego fue la película que tuve ocasión de ver en televisión y que me pareció una buena adaptación de la obra de Noah Gordon.

                                     

Y ayer mismo fue la contemplación del magnífico espectáculo que significa el musical El médico, estrenado en Sevilla en Fibes. Aunque lo vi casi desde el gallinero esto no fue óbice para que disfrutara como un cosaco, puesto que el recinto tiene una características acústicas encomiables y los personajes llevaron a cabo su tarea de una manera seductora. Tanto Adrián Salcedo en el papel de Rob J. Cole, como Talía del Val en el de Mary llevaron a cabo un trabajo emocionante y cautivador. Junto a ellos Josean Moreno, Victoria Galán, Alain Damas y Ricardo Truchada, este último en el papel de Avicena no le estuvieron a la zaga. Así que en conjunto fue una de esas noches, en que a pesar del frío, merece la pena salir de casa y estar cerca de cuatro horas sentado en las alturas. Me pareció también genial el acompañamiento del Liceo Sinfónico Municipal de Moguer, encargados de poner la música en directo. Así que vengan espectáculos de este calibre a mis manos, que estaré encantado de acudir a su llamada.

                                    

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Soneto de ocho de diciembre



                         EN EL CUMPLEAÑOS DEL POETA JOSÉ RODRÍGUEZ INFANTE

Sobre sueños azules del Atlántico
viaja mi admiración estupefacta
llevando alegre la razón exacta
de un verso fraternal, añil, romántico.

Para en la tierra del hablar cervántico,
de sílabas dejar, la huella intacta
del rayo de la luz que no refracta
si a Rodríguez Infante da su cántico.

Recibe mi canción americana,
que viaja hasta la tierra "de conejos"
a llevarte un elogio merecido.

Pues vivir, en verdad, tierra lejana,
no obliga a la amistad mirar de lejos,
si el ritmo nos hemos conocido.

martes, 5 de diciembre de 2017

De aventura por El Burgo



                                                                       12/10/96
Con la luz del día se nos presenta en toda su magnitud la zona recreativa y, ahora sí, descubrimos de verdad la cohorte de tiendas de campaña que teníamos como vecinos. A la espalda del caserío, una pequeña laguna, rodeada de alambres es el origen de todo el manantial de agua que discurre a ambos lados de las blanqueadas paredes. El frío  ha desaparecido y el aspecto del día es radiante, por lo que la primera expedición por los alrededores no tarda en organizarse para subir a uno de los montes que nos rodean y percibir desde allí el entorno más inmediato.
La subida se hace lenta, en zig-zag y en gran medida sin un sendero claro: olivos, pinos, Quercus y mucho matorral nos acompaña hasta la cumbre. Una vez allí la vista es hermosa, relajante y dura de pelar para algunos. Delante tenemos El Burgo, extendido en la falda de la Sierra Prieta y dejada caer a los pies de Sierra Blanquilla. A lo lejos e mirador del guarda, coronado por unos cuantos senderistas y a la derecha las nubes, enredadas en los montes próximos a nosotros, como si se tratasen de anillos de algodón. A nuestros pies la zona recreativa donde el personal se entretiene preparando la leña para el frío de la noche.
La vuelta la hacemos por una pista forestal que nos lleva a un campamento de verano privado y desocupado.
Los cocineros eventuales nos estaban preparando un sabroso guiso de patatas con carne, que nos sabe a gloria bendita, tras lo cual decidimos visitar El Burgo por un sendero que nos habían indicado; una pequeña subida y una bajada más o menos pedregosa nos llevan hasta el río, de aguas cristalinas, donde descansamos contemplando su fauna piscícola. A raíz de aquí se inicia lo que habría de ser, sin duda, la aventura de la excursión: desorientados por unos lugareños que nos lo pusieron más fácil, subimos río arriba por una pista forestal en muy buenas condiciones, con una tarde calurosa y una vega llena de verde, árboles frutales y árboles de ribera; nuestra primera meta era la presa sobre el propio río, enclavada en un rincón acogedor pero escasa de agua. A partir de ahí esperábamos encontrarnos pronto lo que nos habían anunciado como “El nacimiento”; me adelanto en el camino y a medida que avanzaba la pista forestal, cada vez tenía más serias dudas de que llegaríamos a encontrar el dichoso “nacimiento” del río.
Una segunda y hasta una tercera presa me hacen sospechar que algo falla en nuestra información, así que decido esperar a los primeros del grupo para compartir responsabilidades. La vista en este momento es para gozar, pues nos hallamos a los pies del monumento al guarda, en un cortado donde las grajas se dejan oír, una gruta horadada en la pared nos hace recordar algo que nos dijeron respecto al lugar y no sabemos si estamos ante el nacimiento.
Al estar metidos entre dos montañas, la tarde se va apagando lo mismo que la fuerza de la mayoría de los senderistas, por lo que llega el momento que nos plantemos tener que volver sobre nuestros pasos, después de llevar dos horas andando desde que salimos de la población. Se produce el lógico nerviosismo hasta que la presencia de dos coches pone las cosas en su sitio y nos demuestra lo mal que sabe medir los kilómetros nuestro informador o la mala leche que cosecha.
Tres conductores se vuelven a por los vehículos, mientras que los demás
-incluido los niños- caminamos agrupados has que lleguen para recogernos. Ascendemos hasta el Puerto de la Mujer donde ya se nos hace plena noche y donde tiene lugar la recogida de nuestros sudorosos cuerpos. Los cuatro kilómetros se habían convertido en catorce.
La luz de las chimeneas, las viandas (tortilla incluida) y el agua del grifo, fría como ella misma, nos animan y convertirnos el susto en una velada magnífica donde cada cual aporta lo que puede para pasar un buen rato.
Esa noche ni hizo frío, ni estaba duro el suelo, ni echamos en falta la ducha, ni los molestaron los ronquidos de nadie. Fue una dormida con todas las de la ley.