martes, 5 de diciembre de 2017

De aventura por El Burgo



                                                                       12/10/96
Con la luz del día se nos presenta en toda su magnitud la zona recreativa y, ahora sí, descubrimos de verdad la cohorte de tiendas de campaña que teníamos como vecinos. A la espalda del caserío, una pequeña laguna, rodeada de alambres es el origen de todo el manantial de agua que discurre a ambos lados de las blanqueadas paredes. El frío  ha desaparecido y el aspecto del día es radiante, por lo que la primera expedición por los alrededores no tarda en organizarse para subir a uno de los montes que nos rodean y percibir desde allí el entorno más inmediato.
La subida se hace lenta, en zig-zag y en gran medida sin un sendero claro: olivos, pinos, Quercus y mucho matorral nos acompaña hasta la cumbre. Una vez allí la vista es hermosa, relajante y dura de pelar para algunos. Delante tenemos El Burgo, extendido en la falda de la Sierra Prieta y dejada caer a los pies de Sierra Blanquilla. A lo lejos e mirador del guarda, coronado por unos cuantos senderistas y a la derecha las nubes, enredadas en los montes próximos a nosotros, como si se tratasen de anillos de algodón. A nuestros pies la zona recreativa donde el personal se entretiene preparando la leña para el frío de la noche.
La vuelta la hacemos por una pista forestal que nos lleva a un campamento de verano privado y desocupado.
Los cocineros eventuales nos estaban preparando un sabroso guiso de patatas con carne, que nos sabe a gloria bendita, tras lo cual decidimos visitar El Burgo por un sendero que nos habían indicado; una pequeña subida y una bajada más o menos pedregosa nos llevan hasta el río, de aguas cristalinas, donde descansamos contemplando su fauna piscícola. A raíz de aquí se inicia lo que habría de ser, sin duda, la aventura de la excursión: desorientados por unos lugareños que nos lo pusieron más fácil, subimos río arriba por una pista forestal en muy buenas condiciones, con una tarde calurosa y una vega llena de verde, árboles frutales y árboles de ribera; nuestra primera meta era la presa sobre el propio río, enclavada en un rincón acogedor pero escasa de agua. A partir de ahí esperábamos encontrarnos pronto lo que nos habían anunciado como “El nacimiento”; me adelanto en el camino y a medida que avanzaba la pista forestal, cada vez tenía más serias dudas de que llegaríamos a encontrar el dichoso “nacimiento” del río.
Una segunda y hasta una tercera presa me hacen sospechar que algo falla en nuestra información, así que decido esperar a los primeros del grupo para compartir responsabilidades. La vista en este momento es para gozar, pues nos hallamos a los pies del monumento al guarda, en un cortado donde las grajas se dejan oír, una gruta horadada en la pared nos hace recordar algo que nos dijeron respecto al lugar y no sabemos si estamos ante el nacimiento.
Al estar metidos entre dos montañas, la tarde se va apagando lo mismo que la fuerza de la mayoría de los senderistas, por lo que llega el momento que nos plantemos tener que volver sobre nuestros pasos, después de llevar dos horas andando desde que salimos de la población. Se produce el lógico nerviosismo hasta que la presencia de dos coches pone las cosas en su sitio y nos demuestra lo mal que sabe medir los kilómetros nuestro informador o la mala leche que cosecha.
Tres conductores se vuelven a por los vehículos, mientras que los demás
-incluido los niños- caminamos agrupados has que lleguen para recogernos. Ascendemos hasta el Puerto de la Mujer donde ya se nos hace plena noche y donde tiene lugar la recogida de nuestros sudorosos cuerpos. Los cuatro kilómetros se habían convertido en catorce.
La luz de las chimeneas, las viandas (tortilla incluida) y el agua del grifo, fría como ella misma, nos animan y convertirnos el susto en una velada magnífica donde cada cual aporta lo que puede para pasar un buen rato.
Esa noche ni hizo frío, ni estaba duro el suelo, ni echamos en falta la ducha, ni los molestaron los ronquidos de nadie. Fue una dormida con todas las de la ley.

2 comentarios:

  1. ¡Menudo andariego estás hecho!
    Susto aparte, el contacto con la belleza de la naturaleza compensa el cansancio de los pies. ¡Lástima que los míos no me permitan hacer algo así !
    Abrazos

    ResponderEliminar
  2. Hola Arruillo, vivisteis toda una aventura con algo de riesgo para al final pasar una agradable velada y dormir como un lirón.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?