Juan se levanta bien temprano todos los días, porque sabe que en eso radica el éxito de su empresa. Se pone los pantalones de pana, la chaqueta negra y la gorra a cuadros y se va directamente al tajo antes que se haga tarde y se le escape la clientela. La gracia de aquella calle es hacer entrar los coches a contramano, porque a nadie se le ocurriría buscar aparcamiento metiéndose de esa manera; pero él se abrocha la chaquetilla, enarbola el bastón y comienza a marcarse pases de pecho como si estuviera en La Maestranza. Corre delante del coche hasta llevarlo al sitio reservado, retira el garrafón de plástico que le marca el espacio y alarga la mano en espera de la voluntad. Si alguien deja un hueco, allí coloca el garrafón y se va al final de la calle tratando de convencer a los automovilistas para que entren en su espacio, que allí manda él y de nada sirve esa señal roja con mancha blanca. Ese es otro mundo y éste de aquí, es el suyo.

Gracias por dedicarme, entre otros, tu micro, encantada siempre de estar en esta casa de entretenida y amena lectura, que es la nuestra.
ResponderEliminarUn beso.