lunes, 10 de noviembre de 2014

En bici por las arenas
















414 Vaya la que has liado con la quema del coche, Gon, a mí que me registren, daños colaterales, dueño inconsciente, ya te digo, Alba, que yo no se nada, está bien, al menos sabrás que te buscaron: María, María J. Collado, Conchi y Rafa, claro que lo se, y también nos dejó su tarjeta Katrina, que bienvenida sea, ¿y ahora qué?, lo que tu digas, Alba, lo que diga D. José, que es quien me ha encargado esto:

Un buen día tres amigos, amantes de la bicicleta, deciden emprender una pequeña aventura partiendo desde Dos Hermanas en Sevilla a finales de un mes de Agosto. Cargan sus vehículos con lo necesario para pasar una noche a la intemperie y las primeras pedaladas en bicicleta todo terreno se dirigen hacia el Parque Periurbano de La Corchuela. Antes de llegar a las inmediaciones del Brazo del Este, Antonio sufre el primer percance mecánico que se solventa con una chapuza de la mano de Manolo: las pocas herramientas que llevaban no sirvieron para nada, ¡donde va un buen alambre!—dijo Manolo, grandes extensiones de cultivo, llanuras, pocos paisanos y muchas aves por entre las zonas inundadas. A la altura de un eucaliptal, reponen fuerzas, tirando de la mochila. Cabalgan a gusto hasta que llegan a la orilla del Guadalquivir, donde el viento de frente se interpone para los intereses de los aventureros. Nueva parada, nuevo intento de reparación mecánica y larguísimo camino bordeado de árboles y sin un alma en los alrededores. El río presenta un aspecto terroso, de agitación y algún que otro pescador tienta a su suerte en sus orillas. Tras atravesar unas obras con intenso tráfico pesado, llegan a los pinares de La Algaida para —con el santo de cara— topar con un manguera milagrosa que utilizan de ducha; unos pinos cercanos propician una sombra idónea para engullir el bocata, pero cuando ya se hallan los tres dispuestos a hincarle el diente al sabroso manjar, se dan cuenta que se hallan invadidos por una colonia de moscas que no están dispuestas a ser meras espectadoras, así que de prisa y corriendo, lo recogen todo y deciden comer mientras pedalean.
Así discurre el almuerzo y entre camino de asfalto y camino de arena llegan hasta Bonanza donde un buen refresco azucarado viene a aliviar el esfuerzo. Las indicaciones de un parroquiano les llevan hasta el muelle, donde ni cortos ni perezosos alquilan una embarcación de pequeñas dimensiones que los lleva a la otra orilla del Guadalquivir en pleno Parque Nacional de Doñana. A partir de aquí comienza una auténtica odisea puesto que la arena comienza a cobrar tributo y avanzar sin quedarse anclado era poco menos que imposible. Llegan los jabalíes dispuestos a que se les propicie alguna golosina ya que están acostumbrados a lo que le dan los bañistas. Al tiempo que se adentran en la orilla del mar descubren las dunas y poco a poco se queda atrás la desembocadura del Guadalquivir. Antonio tiene serias dificultades con la bici, por lo que decide echar pie a tierra y caminar empujando su vehículo; Manolo termina por hacer lo mismo; por el contrario Pepe se muestra más enérgico e insiste en permanecer en lo alto de su bicicleta, se adelanta unos metros y aprovecha la caída de la tarde y la soledad del instante, se detiene, se desnuda y se mete de cabeza en las olas que lo están llamando a gritos. Se puede palpar en el ambiente la grandiosidad de todos los alrededores. Terminan de pasar los últimos pescadores en un todoterreno, así como los microbuses de turistas.
Las dunas son toda una tentación para quedarse a pasar la noche, pero una patrulla de la Guardia Civil, les disuade del intento, aunque tampoco pone demasiadas pegas a que continúen su avance hacia Matalascañas. Especulan con la hora y el camino que resta por recorrer —la noche es ya una realidad— y una luna redonda, como foco luminoso acapara todo el protagonismo del instante. La temperatura es ideal, el silencio lo rompe las olas del mar y las dunas están pidiendo a gritos que les hagan compañía, pero como el cansancio comienza a hacer mella, las ideas no fluyen de manera adecuada.
Los tres amigos continúan a pie, empujando las bicis, hasta llegar a la civilización y ya sobre el asfalto, buscan el chalé de un amigo donde les espera una reconfortante ducha y un colchón donde descansar. Han pasado 18 horas desde que salieron del punto de origen y al día siguiente toca regresar a Sevilla.





4 comentarios:

  1. Hola amigo J.R, a esto se le llama un día de excursión bien completo, Antonio, Manolo y Pepe, seguro que acabaron rendidos.
    Un abrazo.

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  2. Cuentas que es un verdadero gusto leerte, amigo. Muy bien!

    Abrazos

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  3. Lo que no les pasa, les sucede!!!

    He disfrutado mucho con este relato; además, ya sabes, me has llenado de recuerdos.

    Abrazos

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