jueves, 2 de junio de 2016

En el último suspiro


La mujer extrajo del baúl el negro farol que habría de iluminar el gris de la lápida. Lo limpió, le dio barniz y escamondó el cristal para que brillase toda la noche. Introdujo una vela en su interior y cogió una cerilla para prender la mecha. La vela no iluminaba. Cambió la vela, consumió la caja de cerilla y probó suerte con un mechero. Se le agotaron las velas. Probó con una lamparilla de aceite, pero al cerrar la puerta de la farola, se apagó. Rebuscó y halló un artilugio chino, de luz permanente que simulaba una vela, pero no tenía pilas. Se acordó de una iluminaria cilíndrica que acumulaba luz y se hacía visible por la noche. Agarró el farol, se cubrió con la negra mantilla y cuando llegó al cementerio ya era de día.

6 comentarios:

  1. Querido amigo, vaya peripecia la de esta mujer por dar un poco de luz al mundo, me has hecho sonreir. La imagen me recuerda a las cobijás de Vejer de la frontera, lo mismo el atuendo es para protegerse de tanta luz. Un beso.

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    1. Siendo gaditana tenías que reconocer la imagen,me pareció adecuada para ilustrar el micro, aunque el texto en si puede valer para otros muchos lugares. Besos

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  2. Me ha gustado mucho tu microrelato.

    La buena mujer lo intentó hasta lo último, lástima que pase el tiempo ya rápido que de nada la sirvió.

    Un beso amigo JR

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    1. Gracias, María, por tu visita y comentario.- Un abrazo

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  3. Tal vez fue lo mejor.
    De noche no todos los gatos son pardos.

    Abrazos

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    1. Cosas del destino, Vero. Gracias por asomarte a este ventana. Besos

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