3º día de estancia
Lunes, 6 de Diciembre
de 1993
Tras una breve parada en Ubrique repostando material
fotográfico, iniciamos l jornada saldando una deuda pendiente del año pasado: “La Sima y los Llanos del
Republicano”. Por qué reciben este nombre es algo que aún ignoramos, no
obstante desde la carretera donde obligatoriamente hay que dejar los vehículos
y desde la cual se puede observar –dicho sea de paso- el inicio de una calzada
romana, hasta la sima se nos indica recorrido cómodo, aunque la realidad nos
marca a la vuelta un par de repechitos para desentumecer los músculos.
Foto tomada de la red
Foto tomada de la red
Iniciamos con un bosque de quercus y una culebrilla nos da
la bienvenida, casi inmóvil desde una piedra, más que probable en esta postura
debido al frío reinante. Una vez pasado el bosque se produce el tremendo
contraste de un inmenso llano con la
Sierra de Libar al fondo, y donde el desfile de personas en
dirección al final del trayecto parece el de las hormigas cuando se afanan en
sus quehaceres. Apenas un par de arbolitos donde en verano será parada
obligatoria, pero que en el día de hoy no hace necesaria la presencia humana
bajo sus ramas, dado que se agradece el sol con el permiso de las nubes.
Llegar a la sima no resulta difícil, ya que el sendero es
bastante claro y además el trasiego de gente no admite lugar a dudas. Una vez
allí emprendemos manos a la obra y nos situamos al borde del precipicio, tras el
cual hacen falta conocimientos espeleológicos para continuar. Las enormes rocas
redondeadas, la humedad y el musgo configuran el encanto del lugar, puerta de
aventureros y muro infranqueable para los senderistas. Respiramos ese aire
distinto que da la grandiosidad del lugar y regresamos sobre nuestros pasos.
Martes, 7 de Diciembre
de1993
La jornada se inicia con la visita a la Cueva de la Pileta, por parte de
algunos integrantes del grupo, mientras que otros descubrimos un nuevo nacimiento
de río para la estadística de nacimientos: En la estación de Benaoján, en el
lugar conocido como “el charco del molino” o algo similar, se pueden observar
los borbotones de agua emerger del suelo, aunque el entorno deja bastante que
desear por el abandono a que está sometido. Pronto vierte sus aguas al
Guadiaro, después de pasar por las vías del tren y es allí, en las orillas del
río principal donde se puede pasear y sin que sea algo extraordinario si que
pasean sus riberas remansos de paz donde comerse un bocadillo a la sombra de
los chopos.
Conocemos la industria cárnica del lugar, que a fuerza de
temperaturas bajas, poseen secaderos de chorizos en las azoteas como si se
tratase de calcetines. Visitamos el albergue La Ermita, recién inaugurado y
bastante tentador para pasar en él unas vacaciones.
Foto tomada de la red
De allí nos desplazamos hasta el inicio de la ruta conocida como “Cueva del Hundidero”, también marcada como recorrido cómodo, pero que presenta cierta dificultad muy a pesar del cartel indicador. Hasta llegar a la presa, el asunto va bien, una amplia pista descendente conduce hasta la monumental obra. Sevillana de Electricidad erró en sus cálculos y la presa jamás llegó a funcionar por problemas de retención de líquidos.
Foto tomada de la red
De allí nos desplazamos hasta el inicio de la ruta conocida como “Cueva del Hundidero”, también marcada como recorrido cómodo, pero que presenta cierta dificultad muy a pesar del cartel indicador. Hasta llegar a la presa, el asunto va bien, una amplia pista descendente conduce hasta la monumental obra. Sevillana de Electricidad erró en sus cálculos y la presa jamás llegó a funcionar por problemas de retención de líquidos.
Para llegar a la cueva hay que tomar un senderito, que se
hace abrupto en ocasiones, y siempre descendiendo. La montaña impone conforme
se avanza y una vez en el lecho seco, la humedad y la vegetación cambian
radicalmente, los helechos adornan las paredes; a medida que nos introducimos
en la garganta, se va descubriendo el pórtico de entrada ala gruta que presenta
una visión de catedral de piedra, que se confirma una vez que nos introducimos
en ella. La luz del día permite adentrarse bastantes metros; una vez hechos los
ojos a la oscuridad se disfruta de esa ficticia aventura de imaginarse el
principio de los tiempos cuando aún se desconocía el fuego. Se mire para donde
se mire todo resulta grandioso: las paredes, el techo, las rocas del suelo. No
hay apenas agua; con ayuda de una pequeña linterna nos vamos adentrando hasta
llegar a un lago interior por donde parece ser se introducen los especialistas
para salir a la Cueva
del Gato. Con esfuerzo, pero muy satisfechos, retornamos a los vehículos y nos
guarecemos del intenso frío que se deja caer.
