Tu nombre contiene un legado
que romperá el viento de Norte
cuando deseque mi garganta;
mientras tanto seré infatigable almuecín
que vigile tus pasos
desde lo alto de mi atalaya.
Un coro de palmas apaga
el tránsito de la avenida.
Yo me llamo Pep
por tu parvedad de palabras.
Huelo el desgarro de la pluma
patinando en el folio
y cada gota que derramo
de este sofocante septiembre
es como un sonoro quejío
que huye del pentagrama,
porque a pesar de mi corona,
el siervo soy yo.
Vine de la frontera
para conquistar el alcor,
comiste en mi mesa
y tornamos heridos
ahítos de tanto vida.
Mi aire no es tu aire,
más tu nombre lo dibuja una nube
que veo al mirar los vencejos
en sus infinitos círculos.
Ondas hertzianas se entrecruzan
para que los tordos me traigan
noticias de tu último vuelo.
Al leer tu poema he sentido como un quejío saltaba por la ventana y el almuecín de mi barrio cantaba por Sabina.
ResponderEliminarMucho contenido, mucho. Saludos
Muchas gracias. Me alegra saberlo.
ResponderEliminarJ.R.Infante
Que belleza de poema estimado José, es una gozada leerte. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Nuria. Me alegro de que te haya gustado. Fuerte abrazo
ResponderEliminarBelleza de poema Arruillo, hacia tiempo que no veia tus versos y este es hermoso
ResponderEliminarUn abrazo poeta
Gracias, Carmen. Es un placer recibirte por este rinconcito. Un abrazo
ResponderEliminarEs una joya este poema.
ResponderEliminarY tiene vencejos, que siempre me revolotean la cabeza.
Da gusto leer buena poesía.
Abrazo.
Gracias, Vero, por la visita y por dejar tu comentario. Un abrazo
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