Sé feliz aunque te intoxiques
con la placa de dirección prohibida,
aunque consumamos la arena
inflando test de inteligencia.
Déjame sentirme partícipe
⸺migajas de mar al caer⸺
de este reflejo de tus ojos.
Son tantos los atardeceres
que acumulo en la nada
que ahora, guardia de tráfico,
hago rechinar el silbato
para que confieras el paso
a un padre con sus dos infantes,
como alguien me enseñó
cuando aún era un niño.
Hay semáforos en la esquina
que codifican tus visitas:
martes y jueves a las cinco,
con sincronía tan fiel
que nunca invierten los colores,
ni dejan de prestar servicio.
Sé feliz, por encima de las multas
que te encuentres soldadas
en el hueso parietal;
yo jabonaré tus heridas
y pondré mostaza en el pan
en esta habitación a solas.
Veré pasar las nubes,
compañeras de otros días,
sin recorrido de frenada
ni límites de velocidad
y percibiré las campanas
punteando el compás del alba,
aquí que no gorjea la abubilla
sino la vibrante sirena
traspasando la línea continua.

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