miércoles, 13 de noviembre de 2024

De Sevilla a Buenos Aires

 

Domingo 2 de Julio de 2006

Desde la cinco de la mañana estamos en pie, para llegar al aeropuerto de San Pablo con los primeros nervios del día.- Poca gente para Madrid, controles metálicos y la subida del avión que o me sienta nada bien, aunque disfrutamos al comprobar que aquello no da miedo.- En poco más de media hora estamos en la famosa Terminal 4, que recorremos varias veces haciendo tiempo para el embarque definitivo.- Descubro que la mezcla de la biodramina y lexatin va muy bien para quitar los pellizcos de estómago y que se te quiten las ganas de abandonar la aventura antes de comenzarla.- Descubrimos que los asientos del vuelo a Buenos Aires son mucho más cómodos aunque por poco si nos toca ir empujando.
Las supuestas doce horas de convierten en trece, desde que nos ponemos en cola para el embarque del personal y hay momentos en que es difícil imaginar que estamos volando.- Nada se mueve; por la pequeña ventanilla el efecto de las nubes y el azul del océano parecen una pegatina sin vida.- Eso sí, en el interior, un joven rabino con esposa y dos hijas pequeñas constituye el centro de atención por el continuo trajinar de maletas de un lado a otro del avión: Ora se pone un uniforme, luego otro, se prepara para la oración, pasea a la niña pequeña en brazos y continua cambiando la maleta de un lugar a otro.- Mi acompañante a mitad del viaje comienza a sentirse mal, mientras que yo mantengo viva la esperanza de completar el viaje sin el temido mareo turbulento.- Al final acabo blanco, pero entero.- El trayecto resulta largo, bien atendido por el personal de a bordo pero con síntomas claros de agobio porque no se descansa bien y el duermevelas dura poco.- Dan ganas de dejarlo todo, de abandonar y la cabeza duda, tiembla de pensar lo lejos que queda ese viaje de vuelta (otra vez el avión), pero no hay vuelta atrás.- La tranquilidad del resto de los pasajeros ayuda mucho y las visitas al baño se repiten una y otra vez.- Aunque nos cierran las ventanillas y nos ponen tres películas, una detrás de otra, es la música clásica la que consigue relajarme más: Mozart se convierte en compañero inseparable, la presencia de mi acompañante en malas condiciones físicas, el no poder dedicarle más atención, trato de superarlo como puedo, consciente de que debo moverme los menos posible y acoplarme a mi almohada mágica.- La llegada al aeropuerto bonaerense es todo un espectáculo de luces y aunque una de nuestras  maletas llega la última, ya pisamos tierra firme y eso reconforta bastante.- Somos bien recibidos por nuestros anfitriones que nos introducen en un taxi y pasamos nuestra primera noche en el hotel Impala, cuyas camas nos sabe a gloria bendita a eso de las cinco de la mañana -- hora española --. O sea, veinticuatro horas de continuo deambular.

sábado, 9 de noviembre de 2024

En el último suspiro

 


La mujer extrajo del baúl el negro farol que habría de iluminar el gris de la lápida. Lo limpió, le dio barniz y escamondó el cristal para que brillase toda la noche. Introdujo una vela en su interior y cogió una cerilla para prender la mecha. La vela no iluminaba. Cambió la vela, consumió la caja de cerillas y probó suerte con un mechero. Se le agotaron las velas. Probó con una lamparilla de aceite, pero al cerrar la puerta de la farola, se apagó. Rebuscó y halló un artilugio chino, de luz permanente que simulaba una vela, pero no tenía pilas. Se acordó de una iluminaria cilíndrica que acumulaba luz y se hacía visible por la noche. Agarró el farol, se cubrió con la negra mantilla y cuando llegó al cementerio ya era de día.

sábado, 2 de noviembre de 2024

Capítulo III de La casa deshabitada

 


Hay panolis que piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados.
Miguel Delibes

Diego Álamo y Rufo Miralles se retiraron a sus habitaciones. Nunca me enteré de cuáles eran sus verdaderas dolencias, aunque podría imaginármelas. Rufo Miralles, José Lorite y Eduardo Soler salieron a la calle, supongo que con la intención de mirar el cielo, que según nos contaba Samuel López, estaba en uno de esos días en que merece la pena mirarlo. Enrique Tobar y Manuel Navarrete se acodaron en la barra para departir  con Juanito Ponce, a quien no le importaba pasar toda la noche charlando. Yo, salí también a la calle, acompañado de Beatriz y Elisa.
—Oíd estos versos —dijo Beatriz leyendo en su iPod

Si con el templo de tu voz
no escaparan las diásporas nocturnas
en galaxias de orfebrería
y el entusiasmo de mil corolas rojas:
¿cómo podría escribir hoy
que tirando de un cordel de versos
se pueden sacar un cubo de azucenas
por el brocal más cálido del tórax?

—¿Quién los escribió? —pregunté.
—De un admirador, se apellida Cerrillo y ya no os digo más.
Comenzó a reír.
—A propósito Beatriz, ahora que te veo con ese aparato, ¿tú crees en la desaparición del libro de papel? —le dije.
—Cayetano, por Dios —intervino Elisa—, lo que maneja Beatriz no es más que un teléfono con Internet, el libro electrónico es otra cosa.
—Lo sé, lo sé, compañera, hasta ahí llego. Mi pregunta viene dada por el uso excesivo de esos medios. Perdonad si he sido demasiado impulsivo.
—Yo te entendí a la primera, amigo. Comprendo la reticencia de ciertas personas a la irrupción de la tecnología en el mundo actual, pero esto es una realidad —alzó su teléfono—, a la que no hay que darle la espalda. Pienso que habrá convivencia. Por experiencia propia sé que los estudiantes siguen prefiriendo los textos impresos y ellos son los que vienen detrás, así que tranquilo, compañero, que seguiremos viendo libros en los escaparates.
—Además —añadió Elisa—, mientras que el IVA siga en el 21%, mal vamos, ahí sí que hay diferencia con el papel.
—No sólo eso, —siguió Beatriz—, existe además el problema de las descargas ilegales, la piratería del siglo XXI. Ya ves, Núñez, —ríe Beatriz— ¡larga vida al papel¡ 
—Ya veo, ya veo. En fin, vamos a otra cosa, ¿os apetece oír música?

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