Domingo 2 de Julio de 2006
Desde la cinco de la mañana estamos en pie,
para llegar al aeropuerto de San Pablo con los primeros nervios del
día.- Poca gente para Madrid, controles metálicos y la subida del avión
que o me sienta nada bien, aunque disfrutamos al comprobar
que aquello no da miedo.- En poco más de media hora estamos en la
famosa Terminal 4, que recorremos varias veces haciendo tiempo para el
embarque definitivo.- Descubro que la mezcla de la biodramina y lexatin
va muy bien para quitar los pellizcos de estómago y que se te quiten las
ganas de abandonar la aventura antes de comenzarla.- Descubrimos que
los asientos del vuelo a Buenos Aires son mucho más cómodos aunque por
poco si nos toca ir empujando.
Las supuestas doce horas de convierten
en trece, desde que nos ponemos en cola para el embarque del personal y
hay momentos en que es difícil imaginar que estamos volando.- Nada se
mueve; por la pequeña ventanilla el efecto de las nubes y el azul del
océano parecen una pegatina sin vida.- Eso sí, en el interior, un joven
rabino con esposa y dos hijas pequeñas constituye el centro de atención
por el continuo trajinar de maletas de un lado a otro del avión: Ora se
pone un uniforme, luego otro, se prepara para la oración, pasea a la
niña pequeña en brazos y continua cambiando la maleta de un lugar a
otro.- Mi acompañante a mitad del viaje comienza a sentirse mal, mientras que yo
mantengo viva la esperanza de completar el viaje sin el temido mareo
turbulento.- Al final acabo blanco, pero entero.- El trayecto resulta
largo, bien atendido por el personal de a bordo pero con síntomas claros
de agobio porque no se descansa bien y el duermevelas dura poco.- Dan
ganas de dejarlo todo, de abandonar y la cabeza duda, tiembla de pensar
lo lejos que queda ese viaje de vuelta (otra vez el avión), pero no hay
vuelta atrás.- La tranquilidad del resto de los pasajeros ayuda mucho y
las visitas al baño se repiten una y otra vez.- Aunque nos cierran las
ventanillas y nos ponen tres películas, una detrás de otra, es la música
clásica la que consigue relajarme más: Mozart se convierte en compañero
inseparable, la presencia de mi acompañante en malas condiciones físicas, el no
poder dedicarle más atención, trato de superarlo como puedo, consciente
de que debo moverme los menos posible y acoplarme a mi almohada mágica.-
La llegada al aeropuerto bonaerense es todo un espectáculo de luces y
aunque una de nuestras maletas llega la última, ya pisamos tierra firme
y eso reconforta bastante.- Somos bien recibidos por nuestros anfitriones que nos
introducen en un taxi y pasamos nuestra primera noche en el hotel
Impala, cuyas camas nos sabe a gloria bendita a eso de las cinco de la
mañana -- hora española --. O sea, veinticuatro horas de continuo
deambular.
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