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martes, 30 de noviembre de 2010
Seguimos creciendo

viernes, 26 de noviembre de 2010
Intercambio

martes, 23 de noviembre de 2010
Nouvelle vague

viernes, 19 de noviembre de 2010
www.bicibh.com (3)

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Yo no suelo guardar los correos que escribo, así que ignoraba mis respuestas, me comía la moral no saber por donde se había ido tejiendo la trama. Tenía que seguir leyendo más despacio para no equivocarme en mis deducciones, y sobre todo debería obtener provecho de esta situación para la próxima vez que tuviese oportunidad de verme cara a cara con ella. Ya quisieran muchos enamorados mirar en el espejo mágico, o en la bola de cristal para poder prevenir las meteduras de pata, que a menudo se cometen, y que tanto pesan a lo largo de la vida. Yo me encontraba ante esa bola de cristal, que me estaba dando las claves de una relación que sabía como había empezado, intuía como había discurrido pero de la que no quería saber si había terminado o no. Para ello tan sólo tenía que volver a adelantar la fecha del ordenador y me daría cuenta si Raquel seguía formando parte de mi vida y si la situación de partida tan sólo fue un espejismo de lo que pudo ser y no fue. Al fin y al cabo estaba acostumbrado, no sería ni la primera ni la última vez que las ganas de mantenerme al lado de una mujer se hubiesen esfumado.
Desde que se vino abajo el proyecto de familia que un día dibujé, aún no he levantado cabeza y sobrevivo a duras penas, ilusionado por el amor a las BH y el cariño de mis hijos que cada vez se alejan más. Uno de mis primeros objetivos durante todos estos años ha sido encontrar esa compañera que sepa compartir mis inquietudes, no me importa renunciar a la carga de egoísmo que haga falta ni de perder para siempre ese bigote que disimula la cicatriz que me marcó la infancia. Todo eso me da igual. Quiero ser feliz y sin saber en el fondo que significa eso, si he tenido la oportunidad de saber durante estos años de soledad, que significa encontrarte en el escalafón más alto de la pirámide. Por eso entiendo a Raquel y por eso creo que podemos entendernos, porque llevamos trayectorias parejas, porque ella y yo venimos de recorrer un mismo camino y aunque es una situación cotidiana, que se repite con la mayoría de la gente que conoces, cuando miras fijamente a los ojos de la otra persona, descubres cuales pueden ser sus intenciones y yo he visto en los ojos de esa mujer algo que no había visto hasta ahora. Y me gusta lo que veo, pero tengo miedo de ser un adelantado, de provocar una reacción que se puede volver contra mí. Lo que he leído hasta ahora me hace concebir esperanzas aunque mantiene las espadas en alto respecto a mis inquietudes. ¿Debo volver a mover el reloj del tiempo? ¿Seguro que estoy viendo lo que veo o mi estado de enamoramiento es tal que me hace ver visiones? El próximo domingo está tan lejos que me siento sin fuerzas para tratar de impedir un segundo salto mortal. Agarro el ratón con decisión y al pinchar el calendario, la pantalla se puso negra y me quedé con dos palmos de narices. No me atreví a seguir, aquello quería decir que era mejor dejar las cosas como estaban y pensar en los momentos vividos, saborear con ilusión el presente y dejar de especular con ese futuro que ya llegaría en su momento.
Pasaron unos días ¿cuántos fueron? Seis; sí eso es, fue algo menos de una semana, porque entre mi atrevimiento a mirar en el ordenador y la llamada telefónica tan solo había transcurrido una salida dominical, que es como yo me oriento en esto de saber en el día en que vivo. Suelo contar los días según los sitios donde vamos y también de la gente que ese día ha estado en la ruta. Así que Raquel estuvo el domingo con nosotros, aunque en esta ocasión venía acompañada con otros amigos y me encontré algo perdido a la hora de acercarme a ella y a aquel muchacho de ojos claros que parecía no dejarla. Pero yo sabía lo que me había escrito en el mes de Marzo y jugaba con algo de ventaja, así que dejé seguir el curso de los acontecimientos, aunque con muchas ganas de alterarlos.
Me llamó por teléfono al día siguiente, para ver sin concretábamos sobre la operación BH porque parecía decidida a incorporar uno de mis vehículos a sus dominios. Yo se lo puse difícil para que no terminase de buenas a primeras la negociación, aunque en el fondo me hubiese dado igual regalársela, lo que me interesaba es que se animase a pertenecer al club y que nos siguiésemos viendo. Le pedí tiempo, porque me quería basar en sus correos, a ver si encontraba alguna referencia al negocio y se me hacía menos duro el trance. Estuvo todo el rato encantadora y me aferré a la idea de que estaba ante la persona que tanto había deseado. Me entraron unas ganas tremendas de decirle cuatro cosas bien dichas, pero me contuve porque en un momento cruzó por mi mente la idea de volver a cambiar la fecha del ordenador. Ya no sabía que era mejor ni peor, así que procuré no alargar demasiado la conversación telefónica, porque en cuanto colgase, ya estaba enchufado a la pantalla y yéndome al mes de Mayo a ver que había pasado entre nosotros. Tomé la precaución de dejar copia de mis correos en los días sucesivos por si tenía que poner en pie algo que no entendiese. Con toda la valentía del mundo, pinché en el icono correspondiente, y allí estaba el calendario dispuesto a que yo le dijese que día y que hora es la que me interesaba. Casi sin pensarlo, me fui al mes de Mayo e inicié los mismos trámites que la vez anterior, le di al buscador y me encontré con todos los correos que habíamos intercambiado desde Marzo hasta Mayo, aunque se ve que no fui fiel con lo de guardar mis escritos, porque apenas me encontré con cuatro de los muchos que supuestamente habría tecleado en ese periodo de tiempo.

martes, 16 de noviembre de 2010
Fronteras

viernes, 12 de noviembre de 2010
El lunes suma y sigue

martes, 9 de noviembre de 2010
www.bicibh.com (2)
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El corazón me dio un vuelco y por poco si se me sale del pecho, cuando comprobé la dulzura de su voz y el timbre sonoro de sus palabras. Era la misma, no había duda, me sabía sus textos casi de memoria de tanto como los repetía cuando me metía en la cama, o cuando mi mente quedaba un momento libre de otras ocupaciones. Si el sábado continuaba lloviendo tendríamos que descartar la ruta prevista, esa era la regla que teníamos en el club, pero siempre cabía la posibilidad de un claro, de que las nubes fuesen benévolas con mis sentimientos y me permitieran conocer a esa mujer que estaba instalada en mí, mucho antes de conocerla. Pensé en mis hijos, en como afrontaría el trago de tener que decirle algo, pero como ella tenía otros dos, suponía que también habría pensado en esto y que ya le encontraríamos alguna salida. En estos momentos eso no era lo prioritario, lo que me corría prisa era asegurarme de que el domingo por la mañana iba a hacer buen tiempo, o al menos lo suficientemente bueno para que ella no se echase atrás y dejase su primer día de encuentro para otro momento. Bajé a comprar la prensa, consulté con Florenci Rei, con el INM en interné y esperé hasta las 15,55 en la televisión española para cotejar todos los datos. Cuando hablase con ella de nuevo, tenía que asegurarle que iba a haber marcha ciclista.
Y la hubo. Estábamos los de siempre que junto a ella y uno de sus hijos constituimos un pelotón de siete valientes dispuestos a disfrutar de un día de lujo en la campiña. Su cara, sus gestos, su mirada... todo quedó impreso en mi mente como una dulce canción melódica que a partir de ese momento no olvidaría jamás. A pesar de las amenazas de agua amaneció un día limpio de nubes que auguraba lo que luego fue: pedaleábamos a placer por la vía verde y recogimos todos los efluvios que emanaba un campo recién regado. Había alcornoques a los que nos abrazábamos todos para tratar de sacarles el secreto de su longevidad, arroyos que cruzábamos a pie por temor a una caída, fotografías en los sitios más inverosímiles y toda una carga de esperanza para que nada se torciera, para que todo saliera bien y aquel primer encuentro no pasase sin pena ni gloria. Un beso de despedida, una noche sin dormir y unas ganas tremendas de volver al ordenador a comprobar el correo electrónico para ver si llegaba alguna foto, para tratar de encontrar en una imagen congelada la respuesta a lo que tan sólo el tiempo puede aclarar.
Había sido una jornada tan espléndida, que parecía impensable que el día siguiente fuese a ser un paso atrás en la relación amistosa que ya se había iniciado, que ya había tomado forma. Tal vez me hubiera hecho demasiadas ilusiones, ante esa mujer que apenas conocía, y de la que ni siquiera sabía si tenía interés en mantener la amistad, pero yo estaba lanzado y no había quien me pudiese convencer de lo contrario, así que tenía claro cual era el enemigo a vencer: el tiempo, no el atmosférico que para eso ya contaba con bastantes ayudas para estar orientado. El tiempo que marcaba el paso de las distintas fases lunares, y con el que yo me tenía que coaligar para tener una respuesta a mis inquietudes. Sentado ante la pantalla del ordenador a la espera de esa misiva que no llegaba, se me ocurrió cambiar la fecha y decirle al pc, que ese día era tres de marzo del año siguiente, a ver que pasaba. Cual fue mi sorpresa al comprobar que de repente se reinicia, y cuando termina de hacer un montón de monerías, aparece ante mis ojos una ventana algo cambiada, pero en la que se reconoce perfectamente el anagrama de Yahoo. Comienzo a investigar y llego a los correos por abrir. Ahí estaban acumulados todos aquellos que nunca tocaba por temor a los virus o a tener que contestarles, pero si de verdad estábamos haciendo ciencia-ficción y nos encontrábamos en la fecha que yo había introducido, lo que a mí me interesaba buscar eran los correos de Raquel que seguro que los habría leído ya. Puse el puntero en el lugar adecuado y fueron desfilando unos y otros, casi sin echarles cuenta a ninguno, porque el único que me interesaba era el que pusiese raquel@yahoo.es. Cuando di con el primero salté del asiento, miré la fecha, la hora, me fijé en todos los detalles y no había duda: estábamos en marzo y era ella, era Raquel Iglesias. Leí la palabra Asunto: pero me tuve que levantar, irme a la cocina, y tomarme un vaso de agua porque no me atrevía a seguir leyendo. Cuando regresé salté sin mirar el contenido del Asunto y me fui directamente al texto del mensaje. No podía más, tenía que saber de inmediato que decían aquellas líneas que supuestamente me había escrito tres meses después de la fecha en la que me encontraba. Leí sobresaltado, sin hilazón, mezclando frases y quedándome sólo con las palabras sueltas. Buscaba lo que nunca había tenido oportunidad de leer viniendo de ella o de escuchar de sus labios. Encontré palabras cariñosas, pero ninguna lo suficientemente ilustrativa como para convencerme de que para esa fecha las cosas estaban saliendo a pedir de boca. Me calmé y fui leyendo el texto de forma ordenada, de la primera a la última palabra. Era evidente que sus palabras transmitían ternura, y que entre ella y yo se había establecido algún tipo de relación que nos mantenía unidos, pero enseguida me asaltaron unas cuantas dudas y volví a inquietarme. ¿Hasta donde llegaba esa relación? ¿Éramos amigos o había algo más? Decidí poner en la casilla de Buscar su nombre y apellidos y enseguida se desplegaron una serie de correos ordenados por fechas, que fui leyendo detenidamente hasta tratar de convencerme de cual era el estado de nuestra relación después de transcurridos esos meses. Todo lo que leía me indicaba que seguíamos igual que ese primer día que nos conocimos, sólo que con un grado de amistad más acentuado. No obstante hubo uno que me llamó poderosamente la atención y al que volví nada más terminar de leerlos todos: se trataba de un texto intimista donde me confesaba lo tortuoso de su relación anterior – fruto de la cual tenía dos hijos – y de lo sola que se encontraba porque sabía que aún era joven, y no le había llegado el momento de tirar por la borda nada. Tenía un trabajo con el que estaba contenta y con el que se ganaba la vida, tenía amigos y tenía a sus hijos que era lo que realmente le daba fuerzas para seguir luchando cada día. Al fin y al cabo si una relación amorosa no sale bien, tampoco se acaba el mundo; ella seguía en su casa y tan sólo había cambiado la ausencia del padre de sus retoños, pero eso era algo que se veía venir. Por un momento deduje que se estaba sincerando conmigo como tal vez no lo hubiese hecho con nadie..../...Continúa en www.bicibh.com (3)

miércoles, 3 de noviembre de 2010
El Torcal
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