258 Gon, esto es casi una despedida, me voy al Norte, y yo que me alegro Alba, no te preocupes que aquí estoy yo, y además hoy nos traes relato nuevo, así es Alba y muchos besos de Trini y Ananda que pasaron por aquí…
SINFONÍA EN PI MAYOR (1)
Las marismas y las aves en aquel luminoso día presentaban un aspecto, como pocas veces había visto de las innumerables ocasiones, en que había tenido oportunidad de desplazarme por esas recónditas tierras. En el interior del coche el ambiente era agradable, penetraba suave el sol a través del cristal, proporcionando un calor corporal que por momentos daba ganas de irse quitando ropa, a pesar de que en el visor digital se percibía con claridad que la temperatura exterior no pasaba de los diez grados. La inconfundible melodía de Kiss FM ocupaba el espacio útil habitable, y tu sonrisa delataba el estado placentero en que te hallabas imbuida. A través de los prismáticos divisábamos juguetonas a un par de cigüeñuelas que charqueaban; con su levita negra, ella mantilla de monja y él boina hasta los ojos, se movían con gracia por aquellas someras aguas que no les llegaba ni a las rodillas; de vez en cuando inclinaban la cabeza y lanzaban su afilado pico contra el agua. Yo te disuadía de la intención de dar una cabezadita, y te hacía mirar para que te fijases en los detalles: “Parece que llevan medias encarnadas”, comentabas, al tiempo que los destellos de tu pelo se enredaban en mi sien. Pero duraba poco la observación, podía más el efecto de aquel plato, que poco antes habíamos estado saboreando en el pueblo: en un ambiente relajado y tranquilo, compartimos no sólo los sabores que conformaban el menú, sino todo el efluvio que emanaba tu presencia, una estancia libre de humos, unas mesas sencillas y unas gentes amables que atendían el local.
Estaba encendida la televisión, pero más bien parecía un cuadro fijo, como lo eran aquellos ladrillos que a modo de muestra aparecían en un trozo de pared, como si al albañil se la hubiese acabado la mezcla en el momento de enlucir aquel paño. Algunas personas entraban al recinto y en sus rostros se adivinaba que en la calle hacía frío, a pesar de la luminosidad que se veía desde nuestra posición. De repente una nube negra pasa velozmente junto a nosotros, describiendo arabescos en el cielo. Tú llamas mi atención, que en ese momento estaba centrada en una guía de aves, tratando de aclararme sobre la diferencia entre el aguilucho lagunero y el aguilucho pálido. Dejo el libro, alzo la vista y aquella nube se deshilacha rítmicamente, configurando esa especie de pentagrama sobre una línea eléctrica que atravesaba la marisma. Manifiesto mi primera sensación antes de echarme los prismáticos a la cara, y ponerme a observar con detalle. En la radio suena Caetano Veloso, y mis labios se deslizan buscando la complicidad de los tuyos. Ante nosotros ellos: negros, rechonchos y ruidosos los estorninos posaban en el alambre sin miedo alguno a una descarga mortal. No podía oírlos, la distancia lo impedía, pero podía ver como a algunos se le erizaban las plumas del cuello, en ese gesto claro de emisión de notas sonoras. Me traían recuerdos de tardes veraniegas, cuando buscando el sitio adecuado donde pasar la noche, alborotaban a todo el vecindario. Algunos pitaban como si fuesen guardias de seguridad, tratando de poner orden. “Éste también tiene medias rosadas”. “En realidad son rojas, lo que pasa es que en la distancia y con estos prismáticos pueden dar ese tono”. Todavía haces algunos esfuerzos por no quedarte dormida, y participar de las mismas sensaciones que yo siento, cuando me encuentro en un lugar como éste, donde la vista no alcanza a divisar el horizonte que se pierde entre espejos plateados. Pongo de nuevo el motor en marcha y avanzamos lentamente, por un suelo algo complicado debido a las últimas lluvias y a la dejadez de algún guardacaminos, pero en fin aquí hay que olvidarse de todo, y conducir lento para que no se escape ni un detalle. Seguro que el conductor que nos cruzamos piensa de muy distinta forma. Él no está de paseo, su vida discurre entre el pueblo y el hato y encontrarse con esos socavones una y otra vez no deben hacerle ninguna gracia, por muy luminoso que esté el día, ni por muchas aves que se muevan a su alrededor. Un grupo de cigüeñas caminan por el caño a la captura de algo sólido que ensartar con su pico; la mayoría son blancas, pero la experiencia me dice, que nunca hay que dejar pasar la oportunidad de observan atentamente toda agrupación avícola; entre la masa, tratando de pasar desapercibidas siempre suelen aparecer algunos ejemplares de otras especies más esquivas, menos fotogénicas, y esta ocasión no había de ser distinta. Distingo al menos dos de sus parientes cercanas, que tratan de esconder su levita negra en medio de tanta blancura, pero el cuello les delata y cuando intentamos detenernos para una mejor visión, levantan el vuelo, como lo levanto yo al llegar a mis oídos la melodía “hard to say I’m sorry” de Chicago, que me deja en estado catatónico.
.../...Continúa en Sinfonía en pí mayor (2)
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Perdón... he estado en medio de ellos todo el rato... Es lo que tiene relatar tan bien, oiga!!!
ResponderEliminarMenos mal que continuará ;)
Disfruta del norte.
Abrazos
Te felito por tu prosa, tan rica y descriptiva que es como si yo hubiese ido en la parte trasera del coche. Qué lujo.
ResponderEliminarEspero que disfrutéis:) del norte e imagino que más de un texto traeréis de vuelta.
Abrazos